El esquiador de fondo

Ayer tarde tuvo lugar la re-presentación de El esquiador de fondo.  La presentación propiamente dicha fue hace unos días, pero quedó la cosa como en peticomité.  Hoy se ha llenado hasta las banderas (sic) la sala de actos del Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Málaga y a continuación se han vendido todos, repito, todos los libros que había disponible en la librería.

 

(Los que protagonizamos este tipo de saraos, actos o eventos somos los menos indicados para valorarlos, pero en ocasiones (y esta ha sido una de ellas), desde la misma tribuna desde la que hablamos hemos captado que el público estaba bien, conectado con lo que decíamos, disfrutando casi.  Y no lo digo por mis palabras, que, por supuesto esas si que no valoraré, sino por lo bien que ha hablado y leído el escritor, Lucas Ruiz.  Y para rematar la alegría del lleno, nos reencontramos con un entrañable y magnífico profesor de la facultad, Juan Andrés Villena).

 

La cosa empezó allá por el año 90, cuando publiqué La dulce faena, mi primer libro (librito) de poemas, del que Lucas escribió el prólogo.  Así que andaba yo debiéndole otro, pero, claro, para eso él tenía que escribir un libro.  Los que hayan leído el mío para El esquiador de fondo (con forma de sainete) sabrán ya que llevo varias décadas detrás de Lucas insistiendo en el tema, pero la cosa se dilató, se expandió como un universo y se retrasó sine die y ad nauseam.  No obstante, su propia reflexión (o maduración introspectiva fruto del discurrir de los años) se unió a mi insistencia (y la de otras personas, algunas más contundentes que yo) y acabó dando sus frutos.  He aquí que hace unos meses (años puede) Lucas comenzó a publicar en un blog del Diario Sur sus impresiones, vivencias y reflexiones sobre su vida en Dinamarca, donde reside desde hace otro buen puñado de años.  La respuesta de los lectores fue tan contundentemente positiva que provocó un "telodije" mío, propio de un prototípico matrimonio, seguido de un "déjate ya de tontería y saca un libro".  Y así nació El esquiador de fondo.  Quizá también porque, como él mismo dijo ayer en la presentación: "Siempre quise contar cosas, pero ahora tenía cosas que contar".

 

El libro es de una calidad altísima, impropia de un escritor novel.  Lo que sucede es que para mí Lucas nunca ha sido un escritor novel, o lo ha sido solo en el sentido literal (de letra digo) de la palabra.  Es decir, siempre ha sido un escritor oral, ágrafo, que no escribe, como lo fueron en su momento Sócrates, Buda, Mahoma o el mismísimo Jesús de Nazaret.

 

Lo de la altísima calidad no es un elogio hiperbólico que me sale como instigador, comentador, prologuista y presentador del libro.  Lo digo porque es verdad.

 

Los asuntos que trata son intensos y sentidos, profundos y verdaderos: los vericuetos emocionales del matrimonio, del recuerdo, de la paternidad, de la patria, de la docencia, de la propia literatura.  Los historias nos conmueven y nos atrapan con un punto de afectividad y distanciamiento que devienen irresistibles para el lector.

 

Pero es que además la prosa en la que se entregan envueltas las tramas está con frases hipnóticas, rítmicas y serpenteantes, poblada de símbolos, alusiones, metáforas y símiles que la acercan a la poesía o, al menos, a la prosa poética.  Los narradores y los géneros se difuminan (y nos confunden), creando una sensación de sana perplejidad que nos invita a reflexionar sobre los límites de la verdad y la mentira, de la vida y la literatura, ampliando el valor de lo que leemos y por ende, de nosotros mismos.

 

Ayer terminé la presentación con esta microfábula, que es un homenaje quiasmático (perdón por el arrebato pedante) a Andersen, aquel cuentista danés que se enamoró de Málaga, y a Lucas Ruiz, este cuentista malagueño que se enamoró de Dinamarca:

 

"Había una vez un patito feo, un muchacho que quiso ser escritor, pero no lo dejaron su indolencia y la apabullante, fulgurante brillantez de aquellos otros patitos que poblaban las revistas, las tertulias, los recitales y las barras de los bares de moda de los años ochenta.  Así que un buen día se marchó hacia el norte.  Allí creció, evolucionó, se metamorfoseó y un día de verano del año 2014 volvió esquiando a su tierra. 

 

Entonces todos vieron que se había convertido en un hermoso y maduro cisne, con una voz propia, brillante ya también, aunque debajo se escondía el humilde patito que había sido, el que pensaba que no merecía la pena lo que hacía ni lo que decía.

 

Pero uno de aquellos ingeniosos poetas patitos, uno que ya había perdido gran parte de las plumas de su cabeza, se acercó a él y le dijo:

 

Bienvenido al club.  Espero que este no sea tu canto del cisne.

 

 

Y colorín colorado, esta presentación se ha acabado".

El expositor que una hora después estaría vacío.
El expositor que una hora después estaría vacío.
El autor, a la derecha, y un servidor de ustedes, un tanto desenfocados y estilizados, como en cinemascope o grequizados.
El autor, a la derecha, y un servidor de ustedes, un tanto desenfocados y estilizados, como en cinemascope o grequizados.
Durante la firma de ejemplares.
Durante la firma de ejemplares.

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Comentarios: 1
  • #1

    Fina (martes, 12 agosto 2014 20:36)

    Dos buenos escritores y... son verdaderos amigos. Qué fortuna la mía
    Mil gracias a los dos y no paréis, por favor