El regreso de la catarsis

Hace veinticuatro siglos hubo una democracia (la primera formalmente hablando de la historia) que estaba desmoronándose por mor de la corrupción, la pobreza y el olvido de la idea de comunidad o polis.  Cada uno a los suyo y sálvese quien pueda.  En esas que llegó Aristófanes, el padre de la comedia, y escribió en el 380 a. C. Pluto, obra con la que mete el dedo en la llaga del reparto injusto de la riqueza.  

Pues bien, este verano en Mérida la directora Magüi Mira ha estrenado su versión, con Gurruchaga a la cabeza, y la cosa se salió de madre.   En un momento dado de la trama los actores gritan: "Estamos de los ladrones hasta los cojones".  No, no voy a criticar las traducciones libérrimas de los sacrosantos clásicos.  Lo que ocurrió trasciende el ámbito del gabinete filológico.  Es que el público entero de Mérida se puso a gritar con los actores.  He aquí la catarsis en un sentido más psicológico que aristotélico.  Freud y Breuer consideraban la catarsis como la expresión de una emoción reprimida.  

Me alegra saber que esas cosas que he explicado en las clases de literatura universal siguen vigentes y capaces de conmover al personal, a pesar de los deslumbrantes medios digitales y demás.  Y es que el teatro tiene algo que no tiene ni siquiera el cine. Y no digamos el solitario consumo de películas bajadas, pagadas o alquiladas.  En el teatro hay algo real: personas en 3D, en 4D (sumada la dimensión temporal) y, si contamos la interacción posible con el público, en 5D.

El corolario sociopolítico de esta anécdota no se lo cuento, porque ya "podemos" inferirla por los estudios del CIS, las redes sociales y algún telediario.