El tsunami de tsunami

Ayer me pasó la siguiente anécdota en clase.  Tocaba hablar de la literatura del siglo XVIII.  Les conté (¡aunque no viene en el libro!) que en aquel siglo se creó la Real Academia de la Lengua con su famoso lema detergente.  Les dije que uno de los problemas que abordó la institución fue la invasión de galicismos.  A continuación hablamos muy de pasada del Cándido de Voltaire y les conté (¡aunque no viene en el libro!) que en un momento de la famosa novela filosófica los protagonistas llegan a Lisboa, justo después de haber sido arrasada por el terremoto y tsunami de 1755.  Inmediatamente caí en la cuenta y maticé: "Bueno, en realidad entonces no se llamaba tsunami".  Una alumna brillante me miró con cara de sorprendida y me preguntó cómo se nombraba entonces a ese fenómeno natural.  Cuando dije "maremoto", las caras de sorpresa ya fueron generalizadas: parecía que había dicho nefalibata o esternocleidomastoideo.  


Y ahora que lo pienso, cuando tuvieron lugar los dos recientes maremotos del Índico y de Japón, nunca oí usar la palabra latina, a pesar de ser la hermana mojada y salada de terremoto.  Así que el tsunami de tsunami de los medios de comunicación barrió la palabra maremoto del vocabulario activo (y más tarde pasivo) de gran parte de la población española y, supongo, occidental.


La otra palabra japonesa que ha triunfado en los informativos ha sido kamikaze, aunque en este caso quizá se pueda excusar porque carecemos de una palabra para atacante suicida.  Lo mismo que hace más de un siglo nadie sabía cómo llamar a esos veintidós ingleses que corrían sudorosos y enrojecidos tras una pelota en las minas de Huelva.



Escribir comentario

Comentarios: 0