¡Viva la literatura viva!

Tras lo vivido esta mañana, escribo en un estado mezcla de estupefacción, satisfacción y agradecimiento.  Mi amigo Emilio Lobato propuso en su centro, el I.E.S Romero Esteo de Málaga, elaborar una serie de situaciones de aprendizaje de las que pide la LOMLOE, basadas en Operación Artemisa.  Hace un mes o así me preguntó si podría ir una mañana a ver unas "cositas" que habían hecho sobre la novela.  Aparte de la invitación, desconocía absolutamente lo que habían pergeñado ni qué iba a pasar tal día como hoy.

 

Así las cosas me presenté, en compañía de mi amigo Fran Cuevas Alzuguren, un poco antes de tiempo.  Emilio nos pidió que esperáramos unos minutos en una cafetería cercana para terminar de prepararlo todo.  Así lo hicimos.  

 

Ya en la puerta del recinto comenzó a sonar "Así habló Zaratustra" de Strauss.  El profesor de plástica, ataviado con un mono blanco tuneado con enigmáticos signos, me dio la bienvenida en inglés a la base Shackleton (que es donde sucede casi toda la trama).  En los escalones de la entrada se podían leer las frases que adornaban los pasillos del escenario de la novela.  Entonces aparecieron varias parejas de alumnos y alumnas portando unas banderas de creación propia que representaban a la Tierra, la Luna y a la propia base.  A continuación, comenzaron a salir más y más alumnos ataviados con monos blancos. Tras un apunte coreográfico de bienvenida, interpretado por una alumna, María José, otros dos alumnos, Salma y Adan, se acercaron y se presentaron como la comandante Karalis y Alexander Marchand, protagonistas de la novela.  Este último me invitó a entrar e hizo las veces de cicerone durante el resto de la visita. Yo, por mi parte, me limitaba a tener la boca abierta, preso de un asombro que es difícil de cuantificar.

 

Justo en la puerta me recibieron dos conserjes tocadas con sendas pelucas de colores, las cuales me ofrecieron un viaje por la Luna.  En una de las paredes del mismo hall había un gran mural excelentemente pintado con una de las escenas principales de la obra y en las escaleras centrales pude releer los versos del primer poema en lunés, creado por Karalis, en versión original y en castellano.  Alexander Marchand me habló de su sueño recurrente, un hombre entrando en el bosque, mientras me mostraba un dibujo que lo representaba y que había sido pintado en una puerta cercana.  Era la puerta de la biblioteca y por ahí accedimos a la exposición propiamente dicha.  

 

Alexander continuó explicándome todo lo que había allí: basalto que imitaba el regolito lunar, libros de literatura selenita, estudios sobre el suelo y la geología lunares, información sobre la planta artemisia, que había sido cultivada en una maceta por una alumna a partir de las semillas; una copia de la tesis de Alexander Marchand, un maletín con cajas de medicamentos para el "mal lunar", además de muchos paneles con dibujos sobre escenas de la novela, documentación sobre viajes a la Luna, imaginativos alfabetos del idioma lunés, recreaciones de futuras guerras mundiales, etc.  Un trabajo de investigación que ha supuesto un esfuerzo enorme del alumnado en distintas materias y con el que seguro que han aprendido de forma lúdica, la mejor receta contra el olvido.

 

Mientras escuchaba atentamente las explicaciones de Marchand, me di cuenta de dos cosas.  Había un alumno en una silla de ruedas, que imitaba a un personaje de la novela.  Oía también un fondo musical. Era la Gymnopedie nº 1 de Erik Satie, tan importante para el argumento.  Pero es que además no se trataba de una grabación, sino de un alumno de 3º de ESO, Jesús, que la interpretaba perfectamente.

 

Nos desplazamos hacia el fondo de la biblioteca donde había un enorme mural con una nave alunizando.  Allí se desarrolló una interpretación de danza minimalista y exquisita, de nuevo a cargo de la alumna María José.  Tras ello los profesores invitaron a los alumnos/as a sentarse enfrente de mí para que les hablara un poco del proceso de escritura y les leyera algún poema o relato, cosa que hice con mucho gusto.

 

De pronto apareció una profesora, Carmen, que colocó unas luces en el suelo, activó una música y dio paso a un grupo de alumnos/as que llevaron a cabo una pequeña obra de teatro sobre Nannar, uno de los mitos que se relatan en la novela.  

 

Me di cuenta de que algo se cocía en la otra parte del espacio expositivo.  Alguien (todavía no sé quién o quiénes) habían cocinado dulces selenitas, estrellas de bizcocho y rosquillas interestelares o algo así.

 

Cuando ya creía que todo había terminado, aparecieron inesperadamente unos alumnos/as de bachillerato gritando "¡selenitas! ¡selenitas!" y leyeron un manifiesto sobre la independencia de la Luna.  Al acabar, me hicieron entrega del único ejemplar que existe de la Constitución de la Luna, un trabajo que han estado haciendo con su profesora de Filosofía, Ofelia.

 

Para finalizar, Emilio Lobato proyectó un divertido vídeo en el que recogía extractos de varios trabajos que había hecho el alumnado de 2º de bachillerato.

 

En resumen, una jornada muy intensa que me ha dejado en estado de shock.  Llegó un momento en que poco a poco conseguí olvidar quién era el autor de la novela que había motivado todo aquello para pasar a disfrutar de la creatividad y el entusiasmo de este centro que lleva el nombre de uno de mis maestros.

 

Nada más empezar la actividad me acordé de aquella frase de Lorca: "El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana".  Innovaciones educativas como esta consiguen  que la educación se haga también más humana y se levante del libro, ya sea el de texto u Operación Artemisa.  La sensación que tuve todo el tiempo fue la misma que experimento cuando escribo teatro y veo cómo hablan y se mueven por el mundo los personajes que uno ha inventado en soledad.

 

No puedo terminar esta apresurada reseña sin agradecer a todo el alumnado y a los profesores Raúl García Puente, por el excelente trabajo realizado desde el departamento de Educación Plástica; a Ofelia García Arce, coordinadora de la redacción de la constitución selenita; a Amparo Fernández Luna, por su labor de investigación sobre la artemisa y la geografía lunar; a Mª Ángeles Lanzac, Gabriel Canón, Pilar Ríos y José Miguel Jaenal, por su ayuda en el montaje de toda la instalación, sin la cual nada de esto podría haberse conseguido; a Carmen Torres por dirigir la bonita representación del mito de Nannar; a la profesora de Tecnología Margarita Mora Anaya, por sus aportaciones y su interés en que este proyecto sobre mi novela se realizara, y a la profesora de Música Rosana Meneses Lavín.  Y cómo no, a mi amigo y, sin embargo, agente literario, Emilio Lobato Montes.  Al montarme en el coche para volver a casa le confesé a Fran que me pasa como a Serrat en aquella canción sobre los amigos:

          "los tengo muy escogidos, son

           lo mejor de cada casa". 

 

 

 

 

Una educación prusiana

Shulpforta
Shulpforta

Corría el año 1864.  El joven Nietzsche estaba a punto de terminar sus estudios secundarios en el muy prestigioso instituto/internado Schulpforta de la ciudad de Naumburgo.  Esta institución (que continúa hoy día con sus actividades) se encuentra en un edificio, medio castillo, medio monasterio, y en aquellas fechas se regía por una severidad que hoy día no podemos ni imaginar: horarios reglamentados durante toda la jornada, sobriedad, altísima exigencia académica... Nada mejor que el adjetivo "prusiano" para definirlo.  Imagino a aquellos adustos y severísimos profesores germánicos exigiendo sin descanso esfuerzo y disciplina al sumiso alumnado.

 

Se estarán preguntando a cuento de qué viene este revival educativo.  Paso a explicarlo y qué relación tiene con la nueva ley educativa que se va a implantar en España (y juro que he perdido la cuenta).  

 

Cuando el imberbe (mejor dicho, "imbigótico") Federico Nietzsche quiso marcharse con su título, resultó que no había superado las matemáticas.  El profesor en cuestión consideraba que el prestigio de tan rigurosa institución se iba a desmoronar al (y verán cómo les empieza ya a sonar el asunto) "regalarle" el título a ese muchachito.  El resto del profesorado se opuso a esta opinión y presionó, no para que lo aprobaran, sino para que le dieran el dichoso título sin aprobarlas.  Por suerte lo consiguieron y el futuro filósofo pudo seguir su carrera dando clases en Basilea y generando ideas que trastocarían para siempre el pensamiento europeo.  Y aquí quería yo llegar.

 

Como quizá sepan algunos/as de ustedes, a partir de este curso en España, un alumno/a que suspenda una materia podrá obtener el título de bachillerato, si se dan ciertas circunstancias: asiste a clase, se presenta a todas las pruebas y tiene una media superior a cinco entre todas las asignaturas.  Pues bien, ya han empezado a sonar las trompetas del apocalipsis: que si la ínclita "bajada de nivel", que si los "regalitos", que si el acabose (otro más) de la educación, la cultura y la civilización occidental...

 

Este artículo ha sido escrito con la esperanza de que aquella justa decisión de 1864 pueda servir de ejemplo para evitar un excesivo rasgado de vestiduras.  Siempre ha habido alumnos/as a quienes se les ha atascado (o les han atascado) alguna asignatura y los/as docentes han aplicado la excepcionalidad sin que el mundo se suma en la barbarie (al menos por esa razón).  Como ya he dicho otras veces, no se trata tanto de "bajar el nivel", como de tener un alto nivel de perspectiva, empatía y sabiduría.  De esa forma no cercenaremos posibles brillantes carreras por una pequeña parte proporcional del expediente (en nuestro caso 1/20), lo que contribuiría a "bajar el nivel" intelectual y científico de la sociedad en su conjunto.

 

 

 

Reseña de "Operación Artemisa"

Por primera vez en la historia de este blog voy a ceder la voz y el espacio a un autor invitado, el profesor Emilio Lobato Montes, que ha tenido a bien escribir una reseña sobre Operación Artemisa.  Tiene la palabra:

 

 

"Operación Artemisa es el título de la fantástica narración de ciencia ficción que el poeta y polifacético creador Ángel Luis Montilla Martos acaba de publicar bajo el cuidado de la editorial Círculo Rojo. Quienes con buen criterio se hagan con un ejemplar de esta deliciosa novela deben saber, antes de adentrarse en sus primeras páginas, que no solo van a protagonizar junto a sus personajes principales una misión llena de retos, intriga/s y hechos insólitos, sino que, transportándose a un futuro donde el hombre ya ha logrado colonizar el satélite de su propio planeta, podrán también habitar un mundo en el que la silenciosa y asombrosa belleza del espacio y los paisajes lunares convive con la fascinación por la poesía, la mitología, la música, la astronomía y la ciencia.

 

La lectura de una obra literaria es siempre un inteligente y generoso ejercicio de complicidad, y en la escritura de Ángel L. Montilla, tanto en el verso como en la prosa narrativa, esta experiencia suele ser especialmente fructífera y placentera. Queda claro que Montilla lo ha pasado en grande durante todo el proceso de preparación y creación de Operación Artemisa. Ante todo, concebir esta emocionante y, en algunos momentos, sorprendente historia en la Luna le ha brindado la posibilidad de revisitar y recrear algunas de sus inquietudes y aficiones más queridas y recurrentes. Como en algunas de sus colecciones poéticas, en esta su primera novela se atesoran, unas veces de forma expresa, otras de forma velada, no pocos homenajes y tributos a hitos de la literatura, el arte y la cultura antiguos, modernos y contemporáneos. Algunos de estos guiños encierran además valiosas claves que se reparten a lo largo de la obra para que el lector curioso y agradecido las reconozca, las interprete y, en la misma medida que el autor, las disfrute.

 

Junto a la cuidada ambientación y los misterios de su trama, Operación Artemisa es también el resultado de un minucioso trabajo de documentación y recopilación eficazmente aprovechado. La inclusión de todo un amplio repertorio de materiales y referentes culturales y artísticos que tienen que ver con lo lunar (hermosísimas narraciones mitológicas, obras maestras de la literatura y el cine, exquisitas piezas musicales) enriquecen un relato que amplía y trasciende el género al que se adscribe ya desde su título y desde el arranque de su acción principal. Operación Artemisa no es solo una novela de ciencia ficción. Tampoco es un ejemplo del subgénero de la ciencia ficción fantástica. Se trata de un ensamblaje muy personal y muy original de géneros, motivos y temas diferentes, todos ellos magistralmente integrados y armonizados alrededor de un hilo argumental que se centra en los periplos y las peripecias del botánico terrícola Alexandre Marchand y la comandante selenita Artemisa Karalis.

 

La narración se va construyendo a través de las numerosas cartas que estos dos personajes, Marchand y Karalis, remiten a sendos destinatarios. Dichas correspondencias se alternan a modo de capítulos y nos hablan de vidas que en un principio no parecen guardar relación aparente pero que poco a poco van aproximándose hasta revelar un pasado común y converger finalmente en un destino compartido. La fórmula epistolar es el cauce perfecto para que junto a la trama central fluyan interesantes y sugerentes anécdotas familiares, curiosidades científicas, reflexiones e, incluso, creaciones poéticas.

 

Y es que uno de los aspectos que hacen de Operación Artemisa una novela muy atractiva es el lirismo que envuelve muchos de sus episodios y escenas. No podía ser de otra manera: la poesía es el lenguaje que Ángel Montilla más ha cultivado hasta el momento. Lo lírico aparece en la descripción y la simbología de los sueños y en los preciosos mitos lunares que crearon las diversas culturas antiguas y que se intercalan como historias independientes en muchos capítulos. Pero la poesía tiene todavía mayor presencia en los versos de algunos de los nombres importantes de la lírica universal (Percy B. Shelley, Whitman, Lorca) que le cantaron a la luna y, sobre todo, en las composiciones de poetas selenitas, entre ellas alguna de la comandante Karalis. Estos pasajes son una buena muestra de los divertimentos metaliterarios que amenizan esta lectura y que con total seguridad despertará una sonrisa cómplice en más de un lector.

 

La creación de esta nueva tradición literaria de escritores nacidos en la Luna y la inclusión de algunas muestras de su lírica, junto a otros tantos detalles (la mención a un idioma lunés, los curiosos avances tecnológicos), dan cuenta de lo rica y compleja que es la recreación del universo en que transcurre Operación Artemisa. En él se funden realidades y concepciones que proceden tanto del ámbito científico como del humanístico. Esta visión global revela un claro interés del autor por ofrecernos un análisis completo y profundo de lo humano.

 

En su novela Ángel Montilla nos habla también de tensiones, dinámicas y circunstancias sociales y políticas que no son nada ajenas a nuestro mundo actual. La ciencia ficción ofrece así una valiosa oportunidad para que podamos contemplarnos más lúcidamente desde la perspectiva del futuro y para que podamos comprender mucho mejor nuestro presente. Relacionados con este aspecto de la obra encontramos momentos y situaciones que, a modo de pequeñas pinceladas narrativas, nos recuerdan a otros subgéneros como las historias de espionaje o el thriller político. La convivencia en la Luna entre los ciudadanos terrícolas y los selenitas se ve comprometida por una serie de conflictos que amenazan la paz social. En esa coyuntura, la comandante Karalis tiene una relevancia crucial. El protagonismo de lo femenino y la incorporación (y reivindicación) de una sensibilidad feminista en la historia es otro de los grandes aciertos de este relato.

 

Por la suma de todos estos aspectos y elementos de procedencia tan diversa y el compendio de temáticas y géneros tan variados, Operación Artemisa se nos antoja como una suerte de obra total. A pesar de no ser extensa, la novela es un auténtico microcosmos donde quedan reflejadas problemáticas de la condición humana a través de las aspiraciones, los sueños y los ideales que encarnan los personajes protagonistas.

 

Resulta además inevitable disfrutar de la lectura de Operación Artemisa con la mirada de un espectador acomodado ante la gran pantalla de una sala de cine. Los trayectos y las evoluciones de las naves espaciales, los escenarios y los paisajes lunares (tan icónicos), los momentos de acción, las actitudes sospechosas e intrigantes de algunos personajes y, sobre todo, el impactante final en el que desembocan los acontecimientos recuerdan, salvando las muchas distancias expresivas y estéticas, el encanto y la magia de algunas joyas del séptimo arte, de algunos clásicos de la ciencia ficción como los que nos regalaron para siempre secuencias tan memorables como el monólogo del replicante poeta Roy Batty o la imagen hipnótica de la Discovery 1 navegando al suave ritmo de los valses de Strauss.

 

Si aún no han conseguido un pasaje en el vuelo regular que llevará a Alexandre Marchand a la difícil misión que le ha sido encomendada, no lo duden. Acompáñenlo. Alunicen con él en la base Shackleton, alucinen con el insospechado desenlace de esta maravillosa aventura en el futuro".

 

Emilio Lobato Montes

15-1-2022

 

 

Monólogo del día uno

Uno escribió un libro hace años que tenía el número uno en el título.  En él quería reflejar la multiplicidad del universo que, forzosamente, tiene que pasar por el ojo de la aguja de uno mismo o misma.  Nada son galaxias, abedules, imperios, sacapuntas, ironías, nubes o barras de pan sin que el yo pensante, sintiente, comiente, tocante... lo aprehenda. 

 

Paseo por los parques vacíos este primer día del año que quizá contenga alguna puerta de salida.  Hay patos que me miran, deseosos de que lleve una bolsa de pistachos del cotillón (que no ha existido). 

 

Una niebla implacable difumina la perspectiva, oculta las cimas de los montes y el manso (imagino) vaivén de las olas del cercano Mare al que llamábamos Nostrum (menuda arrogancia grecolatina).  

 

Algunas flores atrevidas se asoman para anunciar tímidamente una primavera todavía lejana.

 

Supongo que en los televisores compiten por la escasa audiencia valses, saltos de esquí y refritos de la noche anterior, metáfora de los restos de una cena de la que no quedará ni una uva.  Yo me comí (dos veces, una a la hora de Japón y otra a la de la Península Ibérica) doce rodajas de plátano en homenaje a las gentes que vivieron, como aquel novelista pijo y alcoholizado, bajo el volcán.

 

Recibo un vídeo.  Unos niños corren por otro parque al norte de Osaka, volando una cometa blanca que resalta entre las ramas negras de los cerezos adormecidos, como en un relato que también escribí hace ¡décadas!

 

A lo lejos parece que viene alguien corriendo muy lentamente: otro que huye de su colesterol. 

 

Una madre con un carrito, harta de ver platos sucios y confeti pegado en las copas, ha salido a airear su retoño y dar vueltas, como yo, a un lago artificial, en el que bucean, medio autistas, medio sabias, tortugas de varios tamaños. 

 

Una banda de jilgueros huye al oír mis pasos. 

 

Las palomas picotean los restos del pan que una vieja les tiró el año pasado, ese en el que perdimos, entre otras muchas cosas, el centro de gravedad permanente.

 

Este día, como los demás, carece de moraleja.  Y también como los demás, deseo que este año del tigre les vaya mucho mejor que el anterior, cosa que no va resultar, intuyo, demasiado difícil.

 

 

 

Esfuerzo

Vuelvo a esta palestra después de mucho tiempo, movido por un tema que me atañe profesionalmente.  En distintos foros docentes prolifera una serie de banderías, sectarismos o como queramos llamarlo, entre, por ejemplo, reivindicadores de la memoria versus de metodologías activas, innovadoras contra tradicionalistas, etc.  De toda esta liga sin premio ni tabla de clasificación me apetece comentar la de quienes piden más esfuerzo al alumnado versus quienes buscan más su bienestar emocional y social.

 

La petición de esfuerzo al alumnado es legítima y razonable.  En la vida postacadémica nuestros alumnos y alumnas no van a encontrar más que esfuerzo y más esfuerzo.  No hay otra.  El problema no radica en esforzarse per se.  Lo primero que hay que analizar es de dónde se parte para llegar a dónde.  Me explico.  Imaginemos a Julia y a Julio.  Los padres de Julia son abogados, médicos, profesores o algo por el estilo.  Los de Julio son amos de casa, parados, trabajadoras eventuales del campo o de la hostelería.  Julia tiene la casa llena de libros y Julio, llena de... nada.  Los padres de Julia la llevan al teatro en Londres y a conciertos de Mozart en Salzburgo.  Los de Julio, al parque infantil gratuito, a ver blockbusters el día del espectador y al Mercadona a comprar marca blanca.  El sistema educativo no puede hacer lo mismo con los dos. Eso se llama equidad compensatoria, pero el sistema, por inercia, por comodidad o por razones presupuestarias, opta por la tabla rasa igualatoria. Súmenle a las diferencias sociales las particulares, psicológicas o actitudinales, derivadas de lo que ha venido en llamarse inteligencias múltiples, las cuales muchos/as intentan menospreciar, obviando lo que tenemos delante de las narices, a saber, que Messi tiene muy desarrollada la inteligencia kinésica, pero no la lingüística y que a Neruda o a Balzac les pasaba lo contrario. Circula por ahí un chiste gráfico en el que un profesor sentado en su mesa explica a un mono, un elefante, un pez, una foca y un perro que el examen consistirá en subirse a un árbol.

 

Los detractores de este razonamiento argumentan que hay cosas que hay que saber sí o sí y que no exigirlas llevará al sistema al declive intelectual y, por ende, al fin de la cultura y la civilización.  Semejante amenaza la llevamos escuchando ¿cientos, miles de años?  En tablillas mesopotámicas y textos de la Grecia clásica ya hay vaticinios de ese tipo.  Nada nuevo bajo el sol.  Cuando llegó la ley de Villar Palasí ya se dijo que el apocalipsis acaecería más o menos allá por 1980.  Luego vino la LOGSE y más de lo mismo.  Muchas arquitectas, poetas, astrónomos y neurocirujanas actuales estudiaron con esa ley en el sistema público y no se acabó el mundo (una vez más).  Ahora le toca el turno a la LOMLOE.  Ya se oye por ahí que se van a regalar los títulos de Bachillerato y no sé cuántas cosas más.  La verdad es que quienes trabajamos a pie de aula sabemos que, desde siempre y de facto, pocas veces se queda un alumno/a fuera del sistema porque se le atraviese una materia o un profesor/a.  Se le buscan las vueltas para que llegue tarde o temprano a la sacrosanta selectividad.  Lo que va a hacer la ley es sancionar un uso ya establecido y que además no es exclusivo del nuevo sistema español.

 

La ministra ha dicho en la prensa que no se trata de menospreciar el esfuerzo, sino de motivar para el esfuerzo.  Cada cual se esfuerza lo que quiere, pero también lo que puede.  Es el sistema el que se tiene que esforzar en que el alumnado quiera esforzarse y para ello necesitará varias cosas: que la administración rebaje la ratio y la burocracia y que cambien de una vez por todas metodologías y sistemas de evaluación/calificación, para lo que se necesita que los contenidos no sean tan teóricos, tan enciclopédicos ni tan academicistas como lo son hasta el día de hoy.  Cualquier ciudadano/a puede hacer la prueba del algodón e intentar recordar un porcentaje razonable de las fechas, reyes, fórmulas y afluentes que le metieron en la cabeza durante sus años mozos.  No se pueden adaptar, tal como marca la ley, la metodología ni la evaluación si hay que impartir tantísima información no pertinente.

 

No quiero entrar en disquisiciones demasiado políticas, pero da la impresión de que muchas veces coincide que quienes más arriba están en el escalafón social, más apelan al valor del esfuerzo, cuando son quienes menos lo necesitan, ya que parten de posiciones más ventajosas.  Los defensores/as de la meritocracia son casi siempre los que menos méritos han tenido que demostrar para alcanzar sus posiciones. No parece casualidad que la segunda persona más rica de España sea la hija del más rico.  Existen individuos/as que salen de la (casi) nada y consiguen un imperio, pero no podemos hacer depender un sistema de esos memorables, ultra-publicitados y escasísimos ejemplos.  La verdad es que, según algunos estudios, el alumnado de baja extracción social tiene casi siete veces más posibilidades de abandonar los estudios que los de la parte alta de la tabla.

 

Y ya puestos a comentar novedades de la nueva ley, aquí va un parrafito/excurso sobre los famosos exámenes extraordinarios de septiembre. Todos y todas las docentes saben de sobra que se presenta un diez por ciento del alumnado y aprueba un veinte de ese diez (grosso modo).  Es decir, que son una disparatada pérdida de tiempo y de dinero que pone en evidencia al sistema mismo, ya que propugna que un alumno/a aprenda en dos meses (en realidad dos semanas cortitas) y fuera del aula lo que no ha aprendido en nueve dentro de la misma.  Eso sin contar que suponen un problema de organización de matrículas, grupos y plantillas docentes que retrasa la organización de los centros hasta la segunda semana de septiembre, dejando literalmente cuatro o cinco días para matrículas, plantillas, grupos, optativas, horarios...  Una locura sin parangón que intuirán todos/as ustedes y corroborarán mis compañeros/as que trabajan o han trabajado en equipos directivos.

 

Vaya, parece que me he calentado y me ha salido el artículo demasiado largo.  Esto se deberá, supongo, a que, como les dije al principio, me interesa el asunto y por eso lo he escrito sin ningún esfuerzo.  Quod erat demostrandum.




 

Negar, temer

Hay un colectivo de personas que está haciendo más ruido del que le corresponde proporcionalmente.  Son los llamados negacionistas.  Estoy muy interesado en ellos/as porque provienen de ideologías y/o psiques muy dispares.  Encontramos postjipis antimedicina oficial junto a jóvenes pijos ansiosos por irse de farra, personas de ideología contraria al gobierno de turno en cada país, terraplanistas de youtube, trumpistas sobrevenidos, anarcoides diletantes y la clásica y minoritaria reata de iluminados del quinto milenio, cuestionadores de cualquier cosa menos de ellos mismos.

 

Estaremos de acuerdo en que siempre y en todos los sitios ha habido un reducto de incomprendidos que no comprenden ni aceptan la realidad que les ha tocado vivir.  Algunos de ellos han sido grandes cerebros y almas que han llegado a cambiar esa realidad a base de investigar, escribir o convencer, a veces post-mortem.  Ahí están Jesús de Nazaret, Marx (Karl), Freud, Buda, Galileo y demás.  Y también coincidiremos en que a la sombra de estos gigantes surgen imitadores del tres al cuarto que se creen (como los primeros) en posesión de la verdad y que, como en el chiste del conductor que iba en sentido contrario por la autovía, piensan que todos los demás están equivocados.  

 

Lo que está ocurriendo ahora es que quizá este porcentaje de inconformistas, autoalimentados mediante las nuevas (ya no tan nuevas) tecnologías, han crecido y se han hecho oír, como decíamos, un poco más de lo que les corresponde proporcionalmente.  Pienso que esto es debido a una sola razón: el miedo. 

 

Aunque los negacionistas crean que no les va a pasar nada si no se vacunan o si no usan las mascarillas, en realidad son los que más miedo tienen, porque su reacción no es al virus, sino al cambio de paradigma.  Es el fruto de no querer aceptar que estamos ante un problema de dimensiones colosales.  Niegan la realidad porque no la entienden o creen entenderla de otra forma.  Da igual, al final lo único que tenemos es gente asustada que no acepta que las reglas del juego han cambiado y que cree que negándolas va a desaparecer, cual avestruz que mete la cabeza en el agujero (cosa, por cierto, no rigurosamente cierta).   Para ellos/as, quienes seguimos (y hacemos seguir) las indicaciones de los especialistas sanitarios somos meros peleles del sistema, timoratos obedientes de los medios y de conspiraciones extrañísimas en las que se mezclan las churras con el 5G.  

 

Lo malo de todo esto es que su pánico a afrontar la realidad está empeorándola, al practicar y fomentar conductas insolidarias y peligrosas para el conjunto de la sociedad.  Algunos de ellos, por desgracia, ya han probado su propia medicina y han fallecido.  Llámenlo karma, coherencia cósmica, justicia poética o simple mala suerte, esa cosa que nos cuesta tanto aceptar cuando nos creemos más listos que nadie, aunque en el fondo estemos temblando como un corderito.

 

 

 

 

El piano de Chernóbil

Ayer vi en un documental sobre Chernóbil una escena en la que un antiguo habitante de la zona volvía al bloque de apartamentos donde había vivido hasta el 26 de abril de 1986.  El cámara y él paseaban por un laberinto apocalíptico de paredes putrefactas, suelos levantados, escombros, hierbas insospechadas colándose por cualquier ranura...  Y en un giro fugaz de la cámara, que duraba un segundo o menos, se veía una habitación en la que alguien había olvidado un piano de pared.

 

Hay imágenes que llaman poderosamente la atención, que contactan con zonas arcanas del inconsciente individual o colectivo y con un poco de suerte acaban convirtiéndose en símbolos.  Dejo a los imaginólogos el trabajo de estudiar a fondo ese misterioso proceso.

 

La cuestión es que ese piano me provocó cuatro ideas que paso a explicarles.

 

La primera, de carácter socio-histórico, fue que en viviendas tan humildes como esas hubiera un lugar y un tiempo para la música.  El pueblo ruso ha demostrado con creces a lo largo de la historia su apego a esta arte intangible y ni el materialismo soviético se atrevió a menospreciarla.

 

La segunda, de carácter poético, fue la primera estrofa de la rima VII de Bécquer, que uso en clase para explicar que el orden sintáctico normativo es más ilógico que el orden irracional de la poesía:

 

    Del salón en el ángulo oscuro,

    de su dueño tal vez olvidada,

    silenciosa y cubierta de polvo,

    veíase el arpa.

 

La tercera, de carácter histórico-naval, fue la famosa imagen (o idea) de los músicos del Titanic, tocando valses vieneses mientras el mundo se iba a pique.  El contraste entre el abandono del piano y el tesón de los músicos activó un puñado de neuronas que no sabían muy bien qué conclusión sacar de todo aquello, así que desistieron y se pusieron a pensar en otras cosas.

 

La cuarta me llevó al presente.  Las neuronas antes mencionadas se volvieron a congregar para comparar la imagen del documental con los conciertos multitudinarios en medio de la segunda ola, los teatros semivacíos y otras noticias relacionadas con las artes, que nos llegan mientras tomamos infusiones y leemos por fin a los clásicos, tanto tiempo postergados.  Al final, las pobres volvieron a desistir y se pusieron a recordar atardeceres, a retocar versos, a cortar calabacines y a escribir artículos como este, que no tiene ni mucho pie ni mucha cabeza.  Es decir, casi como la vida misma.

 

Ustedes perdonen.

 

 

 

Non multa sed multum

Cuando estábamos a punto de sufrir ya el síndrome de abstinencia, por fin llega otra ley de educación. ¿Qué haríamos docentes, familias, alumnado y "tertulianado" sin una nueva ocasión para enfrentarnos, hablar sin saber demasiado y recordar aquella distorsionada época dorada llamada "en mis tiempos"?

 

Como las anteriores, esta ley viene cargada de buenas intenciones.  Como las anteriores, viene vacía de dinero (por el momento).  Y como dice un refrán que me acabo de inventar, sin guita nada se excita, nada se mueve.  Mientras no multipliquen por veinte el gasto que se han visto obligados a hacer en la situación actual, no habrá solución.  A nuestro centro (donde hay más de cien profesores/as) han llegado cuatro, cuando debieran haber llegado al menos ochenta para poder abordar de una vez por todas la tan deseada mejora real del sistema educativo.  Pero, bueno, tampoco vamos a pedirle plazas al olmo.  Eso supondría una inversión tan grande que ningún político estará nunca dispuesto a acometerla.

 

De esta reforma no me interesa el tema de la lengua vehicular, ni el de las tumultuosas relaciones del estado con la Iglesia y la enseñanza concertada.  Verán, no es que no me interese, es que es un tema tan rancio e irresoluble como el de la bajada de la ratio.

 

Lo que quiero comentar esta vez es lo de los contenidos.  A ver si me explico de la manera más clara posible: el currículum es inabarcable.  Demasiadas materias y demasiado contenido en cada materia.  No hay más que ver la radiografías de las columnas vertebrales de las chicas y chicos de doce años para darme la razón.  Esas mochilas no las levanta fácilmente ni el más corpulento profesor/a de Educación Física.  No ignoro que hay personas que opinan lo contrario, que los jóvenes no dan un palo al agua y que hay que fomentar la cultura del esfuerzo y demás.  Cuando me encuentro con ellos/as, los intento convencer con información atesorada durante los treinta años que llevo en el negocio de la tiza y el boli rojo.  Pedir más esfuerzo a los más débiles me parece una pedagogía espartana que quizás algunos/as no practican con ellos mismos/as.

 

Vaya por delante que me encanta la diversidad de saberes, pero hay un trecho entre que a mí me encante y la considere enriquecedora y que se la metamos en esas cabecitas por decreto y con métodos muchas veces arcaicos y contraproducentes.

 

Podría poner montones de ejemplos de saberes superfluos de cada materia .  Unos están en las leyes y hay que impartirlos con sabia contención, pero otros solo están en las cajas registradoras de las editoriales y las inercias de una parte del profesorado.  En cuanto un docente conoce los contenidos del docente de la puerta de al lado, los detecta.   Como dijo un compañero hace unos días en una reunión, si a las editoriales se le permite que un libro valga 30 euros, lo rellenarán con información no pertinente (enciclopédica que dijo la ministra) hasta que los valga.  Ellos a cobrar, el profesorado a recortar y el alumnado a soportar.  Todavía no conozco la ley como para saber si lo que se propone en este sentido es lo que yo quiero que se proponga, pero sonar ya me suena bien.

 

Para ir concluyendo, que ustedes tendrán otras cosas no superficiales que hacer: es mejor saber pocas cosas bien que muchas mal.  Un ejemplo: para saber en qué consiste el arte literario no es necesario conocer la biografía y clasificación de las obras de veinte o treinta escritores/as.  Basta con leer a fondo un poema de Lorca, degustando y descubriendo la inmensa belleza y sabiduría que contiene.  Tenemos que encender llamas, no ahogar en ríos de datos, fórmulas y conceptos.

 

Dicen que escribió Plinio el Joven: "Non multa sed multum":  No muchas cosas, sino pocas (y bien explicadas).  Quien mucho abarca, mucho aprieta.  Aunque quizá su Viejo pensaba lo contrario.  

 

 

 

 

El ángel exterminador

[NOTA PREVIA: Escribí esta entrada el 28 de marzo de 2020.  Por alguna desconocida razón, no tuve ganas de publicarla, pero la fecha misma puede dar alguna pista]

 

Seguro que no seré el único al que en estos días le ha venido a la memoria aquella inquietante película de Buñuel.  Para quienes no la hayan visto, les diré que cuenta una aburrida cena de la alta burguesía mexicana allá a principio de los años sesenta.  Todo es muy normal y convencional hasta que llega el momento de irse.  Entonces resulta que nadie se va, que nadie se atreve a dar el primer paso para salir de aquel salón.  No hay razón ninguna para no hacerlo, pero no lo hacen.  No tiene sentido lo que pasa, de ahí que se considere una película surrealista, aunque eso habría que discutirlo más pausadamente.  La decisión de no salir va a más y... quien quiera saber el final, que la vea.  Solo diré que el de Calanda aprovecha para darle un repaso ácido a la burguesía y, ya de camino, a la tradición judeocristiana, al relacionar (con el título y alguna escena) la situación con la décima plaga, aquella que Yahvé infligió a los egipcios cuando mandó que su ángel exterminara a los primogénitos no judíos.

 

Cierto que ahora sabemos por qué estamos encerrados y que tenemos medios tecnológicos para evadirnos mentalmente, pero la situación guarda un inquietante paralelismo por lo que tiene de universal y apocalíptico.  Nosotros, la gente que vivía en el mejor de los mundos posibles, sumidos en nuestra virtualidad y nuestra frágil felicidad, pendientes de dietas, pantallas y autorretratos, atemorizados de vez en cuando por terroristas y crisis económicas, hemos visto restringidas nuestras libertades, mermado nuestro consumismo y pospuestas nuestras fiestas populares.  Buñuel tal vez diría que estamos pecando por nuestro exceso de superficialidad y egocentrismo, por nuestra prepotencia. 

 

Por mi parte, opino que las cosas pasan porque pasan.  No creo que estemos pecando por nada, a lo más por hacer del mundo un pequeño pañuelo. Pienso más bien que somos vulnerables, que siempre lo hemos sido y que ocultarlo tras una cascada de risas y rosas enlatadas ha sido contraproducente.  Hace más o menos cien años, tras una horrorosa guerra, el mundo se puso a bailar el charlestón y a beber champán en grandes mansiones cuando "París era una fiesta", pero un jueves de 1929 explotó la bolsa de confeti y comenzó otra triste historia de hambre, guerras y populismos.  No digo que la historia se repita rítmicamente, pero quizá nos vendría bien tomar nota de caídas anteriores. 

 

Y por eso mismo tampoco me voy a subir al carro de los agoreros y casandristas.  Precisamente el exceso de fines del mundo que hemos estado consumiendo durante años, vía medios de comunicación, ha impedido que cuando ha llegado una amenaza de verdad le hayamos hecho menos caso que al pastor que anunciaba cada día la llegada del lobo.

 

Saldremos de esta, como salimos de males y epidemias pasadas.  El ángel exterminador levantará el vuelo hasta cuando sea y volveremos a olvidar nuestra vulnerabilidad colectiva.

 

 

 

 

Mariquita

Yo también creía que no iba a volver a escribir en este blog.  Han pasado siete meses más o menos sin que tuviera tiempo o algo que contar que no fuera darle vueltas al famoso tema que nos tiene acordonados, amordazados y estupefactos.  Una buena razón me ha traído de vuelta.  Durante este tiempo he podido reseñar varios libros y alguna película que me han gustado especialmente, pero al final ha sido por un libro conmovedor y cercano. 

 

Hace tres años en septiembre estaba en mi despacho de jefetura de estudios y recibí la visita de un profesor que venía a explicarme que no se podría incorporar porque tenía un problema médico que lo iba a llevar al quirófano.  Sonaba mal lo que me contaba, lo mismo que me sonaba mal tener una ausencia prolongada a principio de curso sin saber si habría rápida sustitución.  Me dio mala espina este inicio porque (el inconsciente es un tirano irracional) el profesor en cuestión se parecía físicamente a (y era de la misma materia que) otro anterior que había resultado un desastre total en todos los niveles posibles.  Al poco tiempo me enteré de que este profesor con ese problema de salud era youtuber, una ocupación que en esos días no conocía demasiado bien y que tenía asociada básicamente a niñatos hiperactivos adictos a los videojuegos.  Por momentos pensé que el día menos pensado el profesor se iba a enfadar con el centro por alguna ignota razón (ya digo el inconsciente es un... mejor me callo) y nos iba a poner de vuelta y media en el e-mundo.  Pasó el tiempo y lo que ocurrió fue exactamente lo contrario de lo que el inconsciente había previsto.  Juan Naranjo, conocido extramuros del instituto como Juanito Libritos, resultó ser un excelente profesor y compañero, presto a arrimar el hombro.  Durante mi primer año como director le pedí que llevara la coeducación en el centro.  Se puso manos a la obra y lo hizo muy bien.

 

Un día estábamos en la sala de profesorado hablando de literatura y me confesó que estaba escribiendo algo así como una novela.  Otro día lo vi con una especie de cartapacio lleno de hojas y me concretó que se trataba de una novela gráfica.  Pasó el tiempo, contactó con una editorial y fue dando pinceladas de lo que contenía.  Y ayer, por fin, tras varios aplazamientos por el tema de marras, se presentó oficialmente Mariquita.  Ha llegado a mis manos esta mañana y ya (son las 20:23 de la tardenoche) la he acabado.

 

Se trata de un relato autobiográfico terapéutico magistral en el que conviven rasgos de humor de alta calidad con momentos desgarradores.  El lector se siente en una montaña rusa de emociones, llevado por los carriles de una prosa ágil, fresca, divertida, inteligente y honesta que no puede dejar indiferente a nadie. Los dibujos, deliberadamente ingenuos, acompañan, enmarcan y subrayan una narración que no languidece en ningún momento. 

 

No cabe duda de que Juan Naranjo ha sufrido y disfrutado escribiéndola y esos disfrutes y sufrimientos los ha transmitido a la perfección a los lectores.

 

Por el título quizá adivinarán que el tema central es la homosexualidad y que esta historia que les comento es una sucesión de acoso, insultos, frustraciones y descubrimientos, de decepciones y esperanzas que nos emocionan fuertemente. 

 

Pero lo mejor es el final.  No lo voy a contar, pero ustedes lo pueden imaginar si el autor es quien es, un profesional de la educación con varias carreras y autor de un libro como este.

 

Para mí y para mis compañeros/as es un honor compartir aulas, pasillos y salas con un autor que ha tenido el valor de sacar su primer libro en este maldito año que estamos deseando que concluya.  Dentro de diez, de quince diremos: "Ah, 2020, el maldito año de la pandemia; sí, el año esperanzador en el que se publicó Mariquita".

 

 

 

 

 

Eslabones

En estos días se están evidenciando cosas que estaban más o menos ocultas bajo toneladas de superficialidad, virtualidad y prepotencia. Me refiero a todas esas partes de la sociedad a las que normalmente no se les da la importancia que tienen, mientras se encumbra a las cimas de la fama a unos cuantos futbolistas, influencers y tertulianos.

 

Pongamos el caso de los camioneros y camioneras. En un programa de entrevistas una de ellas denunciaba la sobrecarga de trabajo y la escasez de lugares para ducharse y comer caliente, una vez clausurados hoteles y restaurantes. Si no fuera por ellos/as, de dónde íbamos a sacar el añorado papel higiénico, otro eslabón de la cadena menospreciado antes y anhelado ahora.  

 

Precisamente en los supermercados encontramos otro eslabón indispensable para que podamos comer, ducharnos y lavarnos los dientes.  Cajeras, reponedoras, organizadoras de tiendas y demás están ahí, al pie del cañón de saliva, prestando un servicio valiosísimo.

 

Lo mismo podríamos decir de las fuerzas de seguridad, que están echando más horas que un reloj para que el imbécil de turno no salga a hacer running o dogging o lo que sea.

 

Los profesores también están llevando a cabo una labor callada pero efectiva.  Me consta que la inmensa mayoría se ha puesto las pilas y en tres días se ha formado en e-learning  más que en toda su vida.  Incluso están sonando voces entre las familias para que se levante el pie del acelerador de los deberes a distancia.

 

Por supuesto que la primera línea del frente, la sanidad, ha sido reconocida ya unánimemente como el gran eslabón de esta cadena.  Faltaría más. 

 

Precisamente en ese mundo de la salud hay otro ejemplo de eslabón olvidado: los investigadores.  Hace unos días alguien se preguntaba si el gobierno español hubiera dado dinero (y cuánto) para investigar la mutación de un virus de un murciélago asiático.  Esa gente que se tira años de su vida analizando una molécula, una enfermedad olvidada, un poema, un reinado, lo que sea, nunca ha tenido el reconocimiento social que se merece, a pesar de que, como se ha visto, el efecto mariposa ha demostrado contundentemente ser algo más que una teoría de salón.

 

Y para terminar están los virus, apenas una cadena química que no es materia inerte, pero que no es vida, un eslabón perdido, ínfimo e invisible al que tampoco se puede menospreciar, quod erat demonstrandum.

 

 

 

 

Himnos

Ayer a las ocho, en medio del aplauso unánime a los servicios sanitarios, se coló un himno, palabra de origen griego que originariamente designaba un cántico  coral entonado en honor a los dioses y que luego derivó en animador espiritual de grupos humanos como países, regiones, clubes deportivos o instituciones educativas.  En España tenemos uno anómalo porque carece de letra, así que no se puede cantar, sino escuchar y tararear. Compartimos esta peculiaridad con Bosnia-Herzegovina y Kosovo, que yo sepa.

 

El de anoche era el de un cuerpo del ejército español, famoso por su cabra, sus pechos descubiertos y su arrojo en el combate contra las aguerridas y salvajes tropas del norte de África.  Su letra, que habla de relaciones amorosas con La de la Guadaña, la considero poco apropiada para estos días, pero allá cada cual con lo que entona.  Cuando lo oí, pensé que el disyoquei se había equivocado de pandemia y creyó que estábamos ante un caso de legionella, pero al final lo entendí como una especie de alabanza al valor y la resistencia de los españoles frente a una invasión o ataque foráneo, al que vencerán los anticuerpos españoles, según palabras de un político.

 

Otros días ha sonado esa canción tan española que compuso el belga Leo Caerts y cantó con gran éxito el esposo almeriense de la alemana Anita Marx: "Que viva España".

 

En otro bloque cercano alguien difundió gratuitamente música infantil y, más tarde, otro vecino ignoto enchufó los éxitos de los últimos diez o quince veranos (macarenas, aserejés y venaos), himnos también de la masa sudorosa y eufórica.

 

Si algo está dejando claro esta situación es que el ser humano es, como dijo Aristóteles, un ser o animal político, imposible de entenderse a sí mismo sin pertenecer a una comunidad y que en cuanto se queda solo o aislado, grita a los cuatro vientos: "¡A mí la Legión!".

 

 

 

 

Y se quedaron los pájaros cantando

Esta mañana a una hora a la que usualmente solo se oyen coches, motos y máquinas cortacésped, el trino de los pájaros era el único sonido que reinaba en la calle.  La disminución del tráfico rodado y peatonal ha permitido oír lo que casi nunca oímos.  De igual modo en Venecia parece que las aguas se han aclarado y se pueden ver peces donde antes corría un agua verdosa y triste, decadente, como esa ciudad.  

 

Así que esta mañana me he acordado de aquel gran poema de Juan Ramón Jiménez, "El viaje definitivo", en el que los pájaros son el símbolo de lo eterno, de lo espiritual, de lo que permanece cuando el ruido y la furia, el anhelo, la gloria y la mezquindad del ser humano desaparecen:

 

          ...Y yo me iré.  Y se quedarán los pájaros

          cantando.

 

Es un poema que habla de la extinción del ser, del ego, pero no es un canto de desesperación ni amargura.  Al contrario, propugna la trascendencia de la naturaleza y de la propia poesía, que, en realidad, conociendo a Juan Ramón, es más bien la suya.  Pero, bueno, perdonémosle este pequeño atisbo de vanidad y disfrutemos de un poema que se parece tanto a estos días que hoy vivimos, en los que la presencia del ser humano se ha visto minimizada y la realidad tiene unos tintes fantasmagóricos.  De no ser por el aplauso de las ocho de la tarde, podríamos decir que nuestra sociedad solo existe virtualmente, como un Matrix sobrevenido.

 

Muchas ideas me están viniendo estos días, frutos de la perplejidad casi todas ellas.  Quizá

otro tarde las saque a pasear por aquí.  O quizá aproveche el paseo para tirarlas a la basura.  Mientras tanto sigamos oyendo a los pájaros, que son los que se han quedado solos, cantando.

 

 

 

 

 

¿Estudias o trabajas?

Hace (muchos) años esta era la entradilla de los ligones aficionados.  Se acercaban a la chica con sus acampanados pantalones y soltaban la pregunta al modo de Hamlet.  Hoy en día todo es más confuso.  Es lo que tienen todos los presentes, que, como los comparamos con criterios de supuestos pasados, no acabamos de entenderlos.  Puede haber gente que trabaja para estudiar, gente que estudió pero trabaja en puestos para los que no estudió, etc. 

 

Me ha venido a las mientes todo esto por una anécdota que viví ayer.  En la cola de la caja de un supermercado, la dependienta se lamentaba en voz alta de no poder disfrutar del puente de la Inmaculada Constitución y remató su lamento con estas palabras: "¡Qué lástima no haber estudiao!".

 

Me hubiera gustado que ciertos alumnos y alumnas hubieran estado en esos momentos ahí.  No es una idea nueva la de que los estudios propician un estatus social más elevado: más ingresos, más tiempo libre...  Hay estadísticas por ahí que lo demuestran (lo del dinero), aunque la cosa no está tan clara.  Por un lado tenemos a esos licencidados y graduadas infraempleados y por otro, a esos/as trabajadores cualificados trabajando fines de semana, ya sea en empresas atosigadoras o en cargos de la administración pública (y puedo certificarlo), sin contar la pléyade de médicas de guardia y profesores corrigiendo exámenes y trabajos los domingos por la tarde.

 

Y luego están los ni-ni, los hijos del desamparo familiar y educativo, los esclavos del fornái y la pleisteichion, pero eso da para tres o cuatro entradas más.  Si esto no es un desequilibrio, que venga Marx y lo vea.

 

 

 

Escucha al colibrí

Debido a su timbre grave, decían que Leonard Cohen tenía voz de ultratumba.  Para más guasa azarosa grave es tumba en inglés.  Y para rematar el chiste su voz nos llega póstumamente desde ultratumba con Thanks for the dance, un disco compuesto por canciones que sobraron del majestuoso You want it darker.  Su hijo Adam se ha encargado de rematar la petición que le hizo el cantautor canadiense en los días finales de su vida.  Otro atractivo añadido es que se incluye una versión de "La casada infiel" de Lorca, "The night of Santiago", poema que convirtió en un blues mi amigo el cantautor Eduardo Retamero cuando perpetrábamos canciones muy discutibles a principio de los ochenta con el ya extinto grupo Talycual.

 

El último tema de este álbum se titula "Listen to the hummignbird" y me parece la despedida perfecta de un hombre que practicó el zen durante años.  Son versos simples, intensos, profundos, casi tres haikus filosóficos y humildes, en los que mezcla la naturaleza y la divinidad, lo cercano y lo trascendente, como hicieron Issa, Basho o Buson.  Al menos es lo que a mí me ha parecido.

 

 

      Escucha al colibrí

 

 

      Escucha al colibrí

      cuyas alas no puedes ver.

      Escucha al colibrí;

      no me escuches a mí.

 

      Escucha a la mariposa,

      cuya vida no llega a tres días.

      Escucha a la mariposa

      no me escuches a mí.

 

      Escucha la mente de Dios,

      que no necesita existir.

      Escucha la mente de Dios;

      no me escuches a mí.

 

 

 

 

Las sobras de las educación

Que la educación es el asunto generalizado más complejo que existe no lo duda nadie.  El futuro de la ciencia, de las artes, de la política, de la salud, de las guerras y del amor depende de ella.  Si enseñamos a pensar, las futuras ciudadanas pensarán.  Si enseñamos a empatizar, los futuros hombres empatizarán.  Y si educamos mal (o no educamos) se perderá la oportunidad de hacer del mundo un lugar mejor.

 

En las últimas semanas un grupo de compañeros hemos asistido a un curso que imparte en el Centro de Profesores de Marbella el profesor, autor y pedagogo Juan Vaello Orts.  Todavía no ha terminado.  Tenemos que volver el año que viene a rematar la faena.  No hemos ido para conseguir puntos, porque a muchos ya no nos hacen falta para nada.  Estamos allí porque ya conocíamos el buen decir y hacer del ponente.  Sus propuestas son amplias y ambiciosas, pero concretas, ingeniosas, fáciles y claras.  Este años estamos empezando a implementarlas con ilusión, prudencia y humildad.  Cuando tengamos resultados, ya les contaré.

 

En una de las jornadas se abordó un asunto que me parece crucial, de modo que no me pude resistir y tuve que intervenir para dar mi opinión al respecto.  Se hablaba de la pertinencia de los famosos deberes vespertinos que apabullan a los alumnos y alumnas que quieren hacerlos.  En una encuesta a mano alzada, la mayoría de los presentes creían que gran parte del fracaso escolar se debe a que los discentes no saben estudiar y/o trabajar solos en casa.  Yo argumenté que los deberes, en cierto sentido, suponen una exteriorización de la labor docente y que esos ejercicios de repaso o remache, deberían hacerse en clase, bajo la supervisión del docente, no en el azaroso ambiente de un hogar que a veces es propicio y otras (muchas, quizá demasiadas) no lo es tanto.  Como dijo un compañero filósofo: la hija de la abogada sé que va a hacer los deberes; la de otros, no lo tengo tan claro.  Tras mi intervención una compañera contraargumentó con dos razones, una de las cuales, me pareció razonable.  1.- Los jóvenes deben aprender a ser autónomos.  Coincido con matices: depende de la edad, del contexto social y de sus características psíquicas. 2.- No hay tiempo para repasar tanto en clase, porque tenemos que dar... (redoble de tambores) el temario. 

 

Aquí quería llegar yo y parece que también el ponente.  Propuse una reducción racional de los contenidos en la ESO, con especial atención al alumnado con riesgo de salirse del sistema por un ataque de impotencia.  Esto, que a muchos oídos docentes y no docentes, suena a apocalipsis y degeneración intelectual, no es ningún disparate.  El mismo profesor Vaello lo resumió con su estilo lacónico: "En la ESO o sobran contenidos, o sobran alumnos".  No se trata de no dar la mitad ni la cuarta parte, se trata de no exigir muchas cosas que, vistas desde la óptica de otras asignaturas (o desde fuera), son indiscutiblemente prescindibles.  Gran parte de culpa de esto la tienen los libros de texto, voluminosas (ergo caras) y pesadas minienciclopedias que maltratan las espaldas de los infantes, repletas de conceptos tales como alegoría, determinantes, sinclinales, semicorchea o estabulación, endiablada palabra a la que ya dediqué una entrada hace tiempo

 

Hay que aclarar a los ajenos al asunto este de la docencia que en las leyes no aparecen semejantes términos de forma explícita ni (casi nunca) ímplicita.  Quizá esto sea lo más extraño/triste del caso: se pide al alumnado que sepa y sepa hacer cosas que stricto sensu no están en la ley y, por contra, otras que sí lo están no se exigen tanto o, al menos, no con tanta vehemencia como las arriba mencionadas.  Podría poner ejemplos de todo esto, pero sería un tostón considerable.

 

Pero lo que más me preocupa de todo esto es que la inmensa mayoría de los docentes son magníficos profesionales, que se dejan la piel cada día a pie de pizarra, ya sea verde analógica o blanca digital, y que se devanan los sesos en el ascensor, en la ducha y en la cola del cajero para conseguir que sus alumnos y alumnas aprendan más, cuando quizá lo que deben intentar es que aprendan mejor.

 

 

 

 

De origamis, volcanes y reencuentros

Volcán Sakurajima visto desde una playa de Kagoshima a finales de agosto de 2019.
Volcán Sakurajima visto desde una playa de Kagoshima a finales de agosto de 2019.

Ha pasado algo más de un verano desde la última entrada del blog.  Cosas que pasan.  Nada grave.  El poder reparador del silencio del que tanto, paradójicamente, se habla y tan poco se practica.  No quiero decir que haya estado en una cámara insonorizada durante casi tres meses.  Al contrario.  He ido dos veces a Japón (imaginen esos motores surcando el cielo de Siberia), he paseado por las laderas del volcán Sakurajima (que está justo ahora un poco cabreado), he visitado el epicentro de la bomba y el lugar de los mártires cristianos de Nagasaki (a los que dedicó Lope de Vega una obra), he visto los primeros arces rojo del otoño de Minoh, he votado hace un rato, he incrementado mi nivel de responsabilidad en el trabajo, me ha dado por pintar digitalmente (me encanta la expresión "me ha dado", tiene tanto de involuntario y arrebatador)...

 

Así que esta entrada cumple lo que los semiólogos llaman la función fática del lenguaje, o sea, usar las palabras tan solo para decir al interlocutor que la comunicación se mantiene.  Frases como "¿se me escucha?", "te estoy entendiendo", "dígame", etc. son ejemplos de esto que digo.

 

Pero ya que estamos en faena, usaré también la función referencial porque me apetece contar una anécdota que viví ayer en el aeropuerto de Osaka.  Por los altavoces anunciaron que ya podíamos ponernos en cola los viajeros del grupo 5, el último en entrar.  No había prisa. Nos esperaban casi doce horas de Osaka a Ámsterdam y tendríamos tiempo de sobra para hartarnos de estar dentro del avión.  La cuestión es que en un momento dado fui a incorporarme a la fila que se estaba formando.  En ese momento casi tropecé una pareja de ancianos japoneses y los dejé pasar.  Dije: "dozo" y ellos sonrieron por la cortesía y por hablarles en japonés.  Pues bien, unos segundos más tarde el hombre se volvió hacia mí y me regaló un pequeño y espectacular origami de un pavo real diciéndome: "Arigato".  He vivido muchos ejemplos de la educación y la amabilidad japonesa, pero este último, ocurrido justo antes de abandonar el país, tiene un regusto especial no sé si simbólico, sentimental o lo que sea.  

 

Yo por mi parte he hecho esta mañana mi origami simplón con la papeleta del congreso.  No es para dar las gracias.  Las gracias nos la tienen que dar a los ciudadanos quienes no se ponen de acuerdo, ni tienen pinta de ponerse.  Más bien se parece a las grullas de Sadako Sasaki, hibakusha o superviviente de la bomba de Hiroshima, una plegaria para la curación de la leucemia provocada por la lluvia negra que siguió a la detonación y que más tarde se transformó en petición por la paz mundial.  Así espero que mi humilde pliegue sirva, junto con el de otros muchos y muchas para que este país de santos, mártires, héroes, pícaros y futbolistas acabe teniendo un gobierno.  Y que a mí me guste, claro.

 

 

 

 

Nuestras calderadas

Supongo que no es algo premeditado, pero los asiduos y asiduas de este blog se habrán venido percatando de que muy, pero que muy pocas veces, me tiro al barro de la política.  Quizá obedezca a una mezcla de ecuanimidad mal entendida y pusilanimidad genética.  No sé.  No tengo tiempo, ganas ni dinero para averiguarlo.  Y no es que, como dijo Aristóteles, no sea un "ser político".  Todos irremediablemente lo somos.  No podemos dejar de serlo.  Fuera de este ámbito expongo sin problema mis ideas sobre cómo debemos organizarnos en estas polis enormes en las que vivimos.

 

El culpable de que hoy rompa esta discutible costumbre es Andrés Villena Oliver, autor de Las redes de poder en España.  Se trata de un libro valiente.  Y no lo digo en un sentido metafórico ni hiperbólico.  No es que presente ideas novedosas que expongan al autor a la crítica intelectual de sus colegas.  Lo que se expone en este ensayo/monografía son datos, datos irrefutables, contrastados, conocidos, bien hilados y justificados.  El riesgo que corre el autor es el de poner negro sobre blanco que la democracia en España está, cuando menos, descafeinada, si no adulterada, manipulada, vapuleada y... mejor me callo.

 

De manera incontestable el autor va desgranando los nudos de estas redes, algunos más conocidos que otros.  Un tupido entramado de cargos medios y altos, incrustados (atados y bien atados, que dijo aquél) en el funcionamiento del estado ha venido a prolongar gran parte del aparato del poder del régimen político anterior.  Familias, luengos apellidos de rancio abolengo, amistades, puertas giratorias, asientos a medida en consejos de dirección... dibujan un paisaje medio dantesco medio kafkiano, que acaba quitándote el sueño.  Un grueso tapiz de componendas que deprimen al más optimista paladín de la justicia social y política.  Y junto a, o sobre, o bajo estas redes burocráticas gubernamentales y empresariales, la no menos tupida red de los medios de comunicación, encargados (vía créditos que existen o no existen, vía favores biyectivos) de ocultar o hacer olvidar las otras y cualesquiera que se tejan para pescar puestos, dádivas o emolumentos.  Y lo más inquietante es que no se trata de una teoría de la conspiración tipo Bildergerg.  Qué va.  Todo sucede delante de nuestras olvidadizas narices, esas que muchas veces nos tapamos en el momento justo de depositar el voto en la urna.

 

 

Hace poco asistí a la presentación del libro en Málaga y alguien del público preguntó si quedaba algún atisbo de esperanza frente a semejante cúmulo de componendas y engañifas.  La repuesta del autor fue esperanzadora.  Habló de que en Estados Unidos cada vez hay más voces que abogan por un cambio de rumbo en las concepciones económicas que arrancaron ferozmente en los ochenta y que nos llevaron a la debacle de 2008.  De modo que este minucioso estudio, más que una elegía derrotisma/abstencionista, es una llamada a la indignación, a la participación, al conocimiento y a la madurez ciudadana.  No faltarán quienes opinen que las redes ocultas de poder existen en todo el mundo y, como dijo el entrañable refrán-man Sancho Panza, "en otras casas cuecen habas".    Lo que ocurre es que, como continúa el adagio, "en la mía, calderadas". 

 

 

 

 

Cubismo al cubo

Para contrarrestar la caló y otros artículos anteriores, quizá demasiado densos, traigo ahora una anécdota ligerita.

 

Hace unos meses un pequeño tornado destrozó algunas zonas del instituto en el que trabajo.  Entre ellas cayó un fragmento de un mosaico, hecho por el alumnado, que reproduce "Las señoritas de Avignon".  El departamento de Dibujo hizo una réplica de las partes destruidas y esta misma mañana unos operarios han procedido colocarlas.  Y aquí viene el chiste. Han confundido una hilera con otra y las ya distorsionadas perspectivas cubistas que pergeñó Picasso se han visto elevadas al cubo: narices en lugar de barbillas, ojos en lugar de cuellos, etc.  Se trata de una deconstrucción involuntaria y ultrapostmoderna de la pintura contemporánea, digna del MOMA o del ecce homo de Borja.

 

Por suerte el jefe del departamento, que ha sacrificado azarosamente parte de sus vacaciones, lo ha visto a tiempo y ha suspendido la instalación.  

 

Fin de la anécdota.  Sigan con sus cosas.

 

 

 

 

El pajarito de Rubik

Quizá lo hayan visto por ahí.  Es un niño chino que hace malabares con tres cubos de Rubik y mientras los lanza y entrelaza en el aire ¡los hace!, es decir, ordena todos los colores.  Uno no puede más que maravillarse y quedarse con la boca abierta.  Y ahí es cuando llega el problema.  Nuestra estupefacción nos deja como a esos conejos que se cazan deslumbrándolos.

 

Los ciudadanos de aquel milenario y enorme país malgastan su tiempo y sus energías mirando embobados la habilidad de este chaval, en lugar de centrarse en los muchos problemas e injusticias que existen tras la Gran Muralla y The Great Firewall, que impide cualquier tipo de reivindicación o insurgencia digital.

 

Y aquí por occidente no estamos para dar lecciones de nada.  Desde el panen et circenses, hasta la telebasura o los videos de gatitos tocando el piano, pasando por Goebbels, el fútbol, Gibraltar-español y otras famosas manipulaciones y distracciones, el poder siempre ha tenido a mano algún pajarito al que quieren que miremos.   Así nos tienen embobados, o sea, transformados momentánea o definitivamente en bobos y bobas.

 

 

 

Jekyll, Hyde y Alcàsser.

A principio de los noventa yo era un joven profesor con pelo y sin triglicéridos que veía poquísima televisión, pero no pude abstraerme de lo que pasó en Alcàsser. Pronto tuve la intuición ética o estética de que el circo de Nieves Herrero en el salón de conciertos cruzaba una frontera que aún no estaba bien marcada.  Me repelió tanto que en los siguiente meses y años no quise volver a saber nada del asunto.  La serie de Netflix, muy bien realizada, me ha servido para ponerme al día y refrescar algunos datos que, pese a mi huelga de espectador, me fueron llegando. 

 

Como quizá ya intuyen, no es mi estilo ponerme a despotricar perogrullescamente sobre la crueldad indescriptible de los asesinos, cuyo estudio pormenorizado quizá sería de gran ayuda para intentar evitar crímenes tan horrendos.  Tampoco soy de los que van pidiendo patíbulos portátiles al calor de las noticias.  La misma plebe que pedía pena de muerte en directo con Nieves Herrero, años más tarde clamaba por cruzar "el Misisipi" para liberar al único detenido, por otras razones, más mediáticas todavía.

 

Después de ver los reportajes de la serie me ha asaltado una idea.  Los asesinos (fueren quienes fueren) se movían por instintos primigenios, menos que animales.   Algo radicalmente malévolo, insano y cruel surgía de una parte de su cerebro no controlada por... nada, ni los circuitos de la moralidad, ni los de la ética, ni los de la misma supervivencia, porque arriesgaban sus vidas o libertades cometiendo estos actos.  Por otra parte, en el juicio se desarrollaron argumentos hiperbólicamente racionales, burocráticos, científicos: que si la fecha de una orden de registro, que si la morfología de unos pelos, que si el tamaño de unas larvas, que si pistas falsas, que si manchas o no manchas, que si testigos que callan, que si alfombra persa o moqueta nacional, que si el fiscal construye frases que hacen que el acusado incurra ante la sala en contradicciones...  Todo un despliegue de sutilezas químicas, retóricas y forenses, que contrastan con las simples intenciones de los que cometieron las violaciones y asesinatos.  (Semi)analfabetos irracionales, frente a cultos letrados y catedráticos.  Un cóctel que dice mucho de la condición humana jekylhaydeana.  No nos extrañe, pues, que en nuestras pantallas convivan productos como esta serie y tanta, tanta, tanta, telebasura.

 

 

 

 

Ese invisible yo

Las personas se dividen en tres grandes grupos: la "gente", las "personas que conozco" y "yo" (es decir, cada cual).  Entre los dos primeros se establece cierta movilidad, regida por el azar y la pérdida progresiva de memoria.  Gente que no conozco se convierte en conocida y personas conocidas se van olvidando y acaban convirtiéndose en gente.

 

Entre el yo y los conocidos también hay intercambio.  Los pensamientos, tics, formas de hablar o comportarse pueden pasar de unos a otro.  Al yo le cuesta mucho reconocer que está siendo influenciado por los conocidos, pero suele ser más ágil detectando su huella en los demás.

 

Dicen los neuropsicólogos que existe una zona del cerebro, el área 10 o capa granular interna IV, situada en la corteza prefrontal lateral (no soy neurólogo, lo he copiado de un libro), que es dos veces más grande en los humanos que en los simios.  Puede que ahí viva la conciencia del "yo", porque se dedica a emitir lucecitas en las pantallas cuando la memoria, la planificación, el pensamiento abstracto y la adopción de comportamientos adecuados están funcionando.  Pero la cosa es más complicada y otras zonas de la sesera también están implicadas en estos procesos.  Como dijo Leibniz, "si agrandásemos el cerebro hasta que tuviese el tamaño de un molino, y así pudiésemos caminar por su interior, no encontraríamos la conciencia".

 

El yo es mutable a nivel psíquico, moral y político (sobre todo político después de unos resultados electorales no concluyentes) y además lo es a nivel físico.  Cada diez años más o menos las células que nos componen ya no son las que nos componían.  Nuestro cuerpo de ahora no es el que teníamos hace once años.

 

Resumiendo: si lo que pienso, siento y hago está influido por los demás; si no hay un lugar exacto en el que exista el yo, si mi cuerpo es nuevo cada década, ¿de dónde proviene es(t)e egocentrismo (selfismo) insano que nos encorseta y delimita y que pretende ser eterno a base de poemas, intervenciones quirúrgicas, sinfonías o cremas antiarrugas?  Buda, Ortega y Gasset y otros muchos ya lo intuyeron: apenas somos, o somos nosotros y nuestras circunstancias. 

 

 

 

 

Fuera del juego

Sorpresa: voy a empezar hablando de fútbol.  El miércoles pasado en la final de la UEFA se enfrentaron dos equipos londinenses, el Chelsea y el Arsenal.  Entre los veintidós jugadores solo uno era inglés.  A partir de 1995, la sentencia Bosman del Tribunal de Luxemburgo abrió el melón (o la cornucopia) de los fichajes internacionales.  Hasta entonces el máximo de jugadores extranjeros por equipo era de tres.  Ese mismo año el Ayax ganó la Copa de Europa y, tras la sentencia, su plantilla se esfumó y las estrellas se esparcieron, como en un big-bang cuantificable en el infinito universo de las cifras astronómicas.

 

Es el signo de los tiempos que nos han tocado vivir.  Las empresas emigran en busca de inversiones o beneficios, es decir, de pagar lo menos posible a sus empleados y a sus fiscos.  El dinero no entiende de fronteras.  El capital fluye como un tsunami de chapapote hundiendo y levantando países, políticas, políticos, personas.  Es lo que hay.  Se llama globalización y ha venido para quedarse. 

Nota paradójica 1: cuanto más hablamos de "globalización", más terraplanistas surgen.

 

El neonacionalismo populista que tanto ha crecido en Europa y Estados Unidos (Trump, Le Pen, Salvini, Brexit, Vox...) es una respuesta visceral y, como ellos dicen, de "sentido común", basada en un principio incuestionable: "sálvese quien pueda".  Los curritos de Nebraska no quieren que sus fábricas de tractores se vayan a Shanghai, ni que los malolientes mexicanos les quiten los sucios trabajos que ellos antes no aceptaban y ahora anhelan.  Y quien dice tijuaneros y nebraskeños, dice marselleses (enfants de la patrie) y damascenos, madrileños y tangerinos... 

Nota paradójica 2: los nacionalistas de distintos países unen sus intereses en el parlamento europeo, a pesar de que su seña de identidad es rechazar al extranjero.

 

Lo más interesante es que el pueblo llano ha entendido que la globalización le está dando por saco y ha reaccionado, en distinto grado según el país, votando a sus respectivos salvapatrias. Pero los domingos, cuando van al fútbol, cuando invaden ciudades extranjeras para beber cerveza barata y airear sus flácidos vientres en las fuentes, olvidan que sus clubes son el ejemplo más claro de la globalización.  Muchos chavales de las canteras de esas ciudades nunca llegarán al primer equipo, porque siempre vendrá un senegalés o un brasileño que juega mejor que ellos.  Lo importante es la fidelidad a los colores.  No se han dado cuenta de que los poderosos, los que mueven el cotarro de las fichas, los contratos y las subcontratas textiles o automovilísticas, sí han abrazado la globalización y se han organizado para aprovecharla.  Falta que los hooligans se quiten la camiseta de delante de los ojos, dejen la lata en una papelera y vean que, detrás de los colores de su club, se oculta una realidad que los ha dejado fuera del juego y los ha convertido en meros espectadores.  Tienen voto, pero muchos no votan.  Tienen voz, pero se quedan afónicos insultando a árbitros y contrincantes.  No se trata de encerrarse en la aldea gala y defenderse de los pobres de otros países.  Hay de bajar al césped e intentar revertir la situación, de manera global y eficiente, como ya han hecho los que les venden las camisetas made in China.

 

 

 

 

 

Esta juventud

Los cuatro jinetes del apocalipsis del Beato de Liébana.
Los cuatro jinetes del apocalipsis del Beato de Liébana.

Cuando llegan estas fechas finales de exámenes últimos del último curso del bachillerato, me gusta airear mi opinión sobre la vilipendiada, descerebrada y desconocida juventud que tenemos.  En otros artículos he alabado su capacidad de sacrificio y concentración en un mundo de dispersiones y recompensas fáciles.  Este año, además, tengo una anécdota jugosa que ha sucedido esta misma mañana.

 

Vienen a verme al despacho las delegadas de un grupo.  Consideran que sus compañeros no se están comportando bien con una profesora que acaba de llegar al centro para sustituir a un profesor: que había ruido en la clase, que no se oía bien lo que decía la profesora...

 

He subido al aula a decirles que la información que tenía sobre ellos y ellas (no les doy clase) por medio de su tutor y otros profesores era muy positiva y que me extrañaba mucho la queja de los representantes.  Se estableció un debate muy sosegado y educado, en presencia del profesor de Filosofía, que estaba intentando explicarles la dialéctica hegeliana de la tesis la antítesis y la síntesis.   Allí los dejé medio compungidos, medio sorprendidas, a la puerta de los abismos de la metafísica.

 

Un poco después me he cruzado con la profesora en cuestión y casi me he disculpado por lo sucedido en clase.  Ella se ha extrañado de lo que le contaba y le ha dado la risa.  No entendía en qué consistía ese "mal comportamiento".  Consideraba, al contrario de un sector del alumnado, que se habían comportado excelentemente.  

 

He aquí la juventud que se preocupa de esta manera por la calidad de su enseñanza, la que no lee, la que no despega los ojos de las pantallas, la que no piensa, la consumista, la que pasa (¿pasaba?) de votar, la del botellón, las drogas de diseño y el after hour.   Esta es la juventud que gran parte de la senectud no ve o no quiere ver, la juventud que soporta un sistema educativo demasiado cargado de materias (y de pesados y caros libros de textos) y demasiado anquilosado en muchos aspectos.  A quienes piensen que después de nosotros, los mayores, vendrá el diluvio, les mando un mensaje de tranquilidad.  Llevo treinta años oyendo hablar de la decadencia de la juventud, de un apocalipsis que nunca llega y que, después de anécdotas como la de esta mañana, cada vez veo más lejano. No es cuestión de fe, ni de optimismo bobalicón.  Es la verdad.  Palabra de jefe de estudios.

 

 

 

 

De la poesía a los zombies

Esta entrada relata el osado viaje desde Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda hasta los zombies. Paso a explicarme. 

 

Hace un par de días en clase de bachillerato andábamos comentando dos textos de estos autores, "El viaje definitivo" y un fragmento de Ocnos.  Tras el análisis formal, más o menos aburrido y mecánico (tiene una estructura en tres partes, aquí hay una metáfora, allí hay un quiasmo), incité al alumnado a bucear en los posibles simbolismos implícitos en algunas palabras (pozo, túnel, serpiente, pájaros...) que aparecían desperdigadas por la prosa y la poesía.  Al principio andaban un poco parados, inexpertos en dar su opinión en un lugar donde pocas veces se la pedimos, y también recelosos de excederse en las interpretaciones.  Pero poco a poco fueron envalentonándose y aportando puntos de vistas interesantes.  La cosa fue a más y me animé a hablarles del psicoanálsis literario de Freud y sus famosos símbolos fálicos.  De ahí pasamos a los combates masculinos con espadas láser de La guerra de las galaxias (ahora conocida como Star Wars).  Y ya puestos, salté en el vacío y les pedí que intentaran interpretar el boom del vampirismo literario y cinematográfico de hace unos años y el de los zombies actuales.  Coincidimos en muchas opiniones y les expuse la mía: los zombies son un símbolo (casi una metáfora) de los desarrapados, malolientes y balbuceantes inmigrantes, que vienen del "más allá" a comernos vivos y a acabar con nuestro statu quo, por miserable que este resulte.  Una alumna replicó de inmediato, un tanto ofendida, que a ella le gustan las películas de zombies y los inmigrantes al mismo tiempo.  Le expliqué que los imaginarios colectivos son más sibilinos y potentes que las opiniones personales y que ocultan (o evidencian) ideas, sentimientos, temores, que ni siquiera sabemos que tenemos.

 

No sé si los convencí totalmente, pero al final de la clase varias alumnas y alumnos me propusieron hacer más comentarios, porque es una cosa sorprendente y, creo recordar que dijeron, "rayante".

 

 

Cada día que pasa en esta carrera de fondo docente por la que transito desde hace ya casi treinta años, confirmo la vieja cita del sabio Plutarco: "La educación es el encendido de una llama, no el llenado de una vasija".  Si hay que invadir la generación del 27 con zombies y espadas fálicas láser, se invade.  Cernuda y Juan Ramón aguantarán el tirón.  La cultura con mayúsculas lo resiste todo, o no es cultura, sino mera erudición academicista.

 

 

 

 

Lengua Castellana y Anatomía

Un día de esta pasada (y pesada) semana me ocurrió algo sorprendente, interdisciplinar, insospechado, mágico, curioso... Bueno, califíquenlo ustedes cuando termine de contarlo.

 

Llegué a la clase de 1º de Bachillerato de ciencias, de la que soy profesor de Lengua Castellana y Literatura.  El alumnado estaba terminando un examen de matemáticas.  Unos escribían a toda prisa las últimas operaciones, otras repasaban signos y otros ya se habían levantado y se dirigieron a mí: "Profe, ayer estuvimos leyendo tus poemas en clase de Anatomía".  Se rieron al ver mi cara de asombro.  Me contaron que la profesora estaba explicando el cerebro y las supuestas dos mitades, la analítica y la creativa, y le pareció adecuado ponerme como ejemplo de alguna de las dos (o de las dos).  Se llevó mi primer libro serio (Múltiplos de uno) y algún que otro alumno o alumna leyó en voz alta un poema.  No sé si llegaron a comentarlos a fondo, porque para eso iba yo precisamente ese día, para darles los instrumentos retóricos, genéricos, estructurales, simbólicos y demás que se usan para tal fin.   

 

Cuando la clase empezó y las cosas se asentaron les pregunté si es que yo tenía que impartir, a cambio, clases de anatomía.  Más tarde le di las gracias a la compañera y le dije que yo ya había explicado un poco de anatomía cuando hablé del funcionamiento del aparato fonador  (dientes, alveolos, cuerdas vocales)...  ¿Acaso no se llama mi asignatura como una parte de la anatomía humana, esa que sirve para paladear, besar y pedir la comida o que te besen?

 

 

 

 

 

Bisílabos

Facha, rojo, guiri, progre, jipi, choni, pijo, carca, chusma, indie... ¿Notan algo curioso en esta lista de calificativos del español? 

 

Son palabras bisílabas llanas que usamos para clasificar a la gente.  En teoría poética se llaman pies trocaicos o troqueos, es decir, un conjunto de dos sílabas que tienen acento en la primera.  

 

Con motivo de la pasada campaña electoral he notado esta tendencia del español al troqueo (al menos en el español de España), hasta el punto de que a veces oímos que la sílaba anterior al acento (pretónica) casi desaparece: "Paña" por "España", "quillo" por chiquillo, "ñoras" por señoras...  Otras veces se esfuman las posteriores (postónicas), como en los ya citados "progre" (progresista), "carca" (carcamal) o "finde" (fin de semana).  Y últimamente se recurre al anglicismo: "indie", "fashion", "runner".  Hace décadas ya que el fútbol (foot-ball) remató al balompié y (más recientemente) el basket, al baloncesto.

 

Muchos y muchas recordarán el soniquete trocaico que se producía en las "manifestaciones" de fervor patrio, cuando el pueblo repetía incansablemente el apellido del Jefe del Estado español hasta 1975.

 

No ignoro que en nuestra lengua hay insultos bisílabos agudos terminados en -ón, de enorme dureza y contundencia.  También tenemos un símbolo rotundo de españolidad, el jamón, que ya propuse que se incluyera en el escudo del estado, en lugar de ese potaje de leones, cadenas, barras, frutas y castillos. 

 

Pero creo que la tendencia al trocaico es imparable y proviene de la influencia secreta de palabras básicas con esa estructura acentual: madre, padre, patria, cielo, agua, tierra, aire, sangre, casa, cama, calle, muerte, vida, pasta, mucho, poco, novia, boda, ojo, ajo, mano, dedo, cosa, niño, suegro, guerra, sopa, olla, fuego, blanco, negro, dame, toma, calla, caca, culo... 

 

Fascista, comunista, librepensador, progresista y conservador suenan demasiado... largos.  Mientras terminas de decirlos, el contrincante, como quien agarra un buen guijarro al borde del camino y lo coloca en su honda, te ha podido lanzar un "rojo" o un "facha" que, como a Goliat, te deja cao (1).

 

 

 

 

1.- Cao no existe en el DRAE.  Lo pongo para hacer otro trocaico.