We were the world

Corría 1985 y una parte de los que van a leer esto no había nacido.  Eran años de estupideces, movidas, hombreras y euforias desmedidas.  El SIDA daba sus primeros pasos y algunos hablaron del fin de la historia.  Luego se supo que era el final de "aquella" historia.  Vinieron más y más, a cual más sorprendente y/o funesta.  No había móviles y la gente se comunicaba por teléfono, como en 1930, o por carta, como en la Edad Media.  La televisión sí que existía y uno de los productos más fashion eran los vídeos musicales.  Uno de ellos (y su aparejada canción) dio la vuelta al mundo.  No sé cuántos cantantes norteamericanos se unieron por una causa justa, una cruzada contra la malnutrición infantil.  Era un remedo o copia de la idea que un año antes habían tenido Bob Geldof y Midge Ure en el Reino Unido e Irlanda.  Pues bien, allí estaban Springteen, Jackson, Wonder, Simon, Turner, Dylan, Joel y demás.  La principal característica de aquella canción (que toqué infinitas veces en diversos saraos a pesar de que el personal solo se sabía parte del estribillo) era su monótona e interminable estructura a la que se iban sumando los famosos delante de un micro.  

 

Éramos (o eran, para ser más exactos) el mundo, éramos los niños e íbamos acabar con las hambrunas infantiles africanas.  

 

Nunca vi ninguna de estas dos cosas: ni la erradicación del hambre, ni el fin de la canción.  Se me antojaba que estos magnánimos artistas iban a estar cantando hasta el fin de los días, o sea, hasta que la injusticia social fuera desterrada de la faz de la tierra.  Por eso nunca terminábamos de oír la canción.  Era un estribillo infinito, como la propia realidad.

 

Pues bien, esta analepsis no melancólica viene a cuento de que, por pura casualidad, esta mañana he oído por fin el final de la canción y este hecho banal y puntual me ha hecho pensar.  Murieron algunos de los que cantaron, murieron más niños, siguen muriendo, se extendió el ébola por el centro de África alentado por las pésimas condiciones higiénicas, llegó a Texas, llegó a Leganés, se expropió, se robó, se recortó, se bombardeó y se hicieron mil vilezas más en el mundo desde 1985... y aquella vieja canción no sirvió de nada.

 

No éramos el mundo, ni éramos los niños; éramos occidentales con hombreras y mala conciencia, que creímos que podríamos cambiar el mundo a golpe de piedad.  Y la piedad, ya se sabe, casi siempre ayuda más al que da que al que recibe.



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