Una educación prusiana

Shulpforta
Shulpforta

Corría el año 1864.  El joven Nietzsche estaba a punto de terminar sus estudios secundarios en el muy prestigioso instituto/internado Schulpforta de la ciudad de Naumburgo.  Esta institución (que continúa hoy día con sus actividades) se encuentra en un edificio, medio castillo, medio monasterio, y en aquellas fechas se regía por una severidad que hoy día no podemos ni imaginar: horarios reglamentados durante toda la jornada, sobriedad, altísima exigencia académica... Nada mejor que el adjetivo "prusiano" para definirlo.  Imagino a aquellos adustos y severísimos profesores germánicos exigiendo sin descanso esfuerzo y disciplina al sumiso alumnado.

 

Se estarán preguntando a cuento de qué viene este revival educativo.  Paso a explicarlo y qué relación tiene con la nueva ley educativa que se va a implantar en España (y juro que he perdido la cuenta).  

 

Cuando el imberbe (mejor dicho, "imbigótico") Federico Nietzsche quiso marcharse con su título, resultó que no había superado las matemáticas.  El profesor en cuestión consideraba que el prestigio de tan rigurosa institución se iba a desmoronar al (y verán cómo les empieza ya a sonar el asunto) "regalarle" el título a ese muchachito.  El resto del profesorado se opuso a esta opinión y presionó, no para que lo aprobaran, sino para que le dieran el dichoso título sin aprobarlas.  Por suerte lo consiguieron y el futuro filósofo pudo seguir su carrera dando clases en Basilea y generando ideas que trastocarían para siempre el pensamiento europeo.  Y aquí quería yo llegar.

 

Como quizá sepan algunos/as de ustedes, a partir de este curso en España, un alumno/a que suspenda una materia podrá obtener el título de bachillerato, si se dan ciertas circunstancias: asiste a clase, se presenta a todas las pruebas y tiene una media superior a cinco entre todas las asignaturas.  Pues bien, ya han empezado a sonar las trompetas del apocalipsis: que si la ínclita "bajada de nivel", que si los "regalitos", que si el acabose (otro más) de la educación, la cultura y la civilización occidental...

 

Este artículo ha sido escrito con la esperanza de que aquella justa decisión de 1864 pueda servir de ejemplo para evitar un excesivo rasgado de vestiduras.  Siempre ha habido alumnos/as a quienes se les ha atascado (o les han atascado) alguna asignatura y los/as docentes han aplicado la excepcionalidad sin que el mundo se suma en la barbarie (al menos por esa razón).  Como ya he dicho otras veces, no se trata tanto de "bajar el nivel", como de tener un alto nivel de perspectiva, empatía y sabiduría.  De esa forma no cercenaremos posibles brillantes carreras por una pequeña parte proporcional del expediente (en nuestro caso 1/20), lo que contribuiría a "bajar el nivel" intelectual y científico de la sociedad en su conjunto.

 

 

 

Reseña de "Operación Artemisa"

Por primera vez en la historia de este blog voy a ceder la voz y el espacio a un autor invitado, el profesor Emilio Lobato Montes, que ha tenido a bien escribir una reseña sobre Operación Artemisa.  Tiene la palabra:

 

 

"Operación Artemisa es el título de la fantástica narración de ciencia ficción que el poeta y polifacético creador Ángel Luis Montilla Martos acaba de publicar bajo el cuidado de la editorial Círculo Rojo. Quienes con buen criterio se hagan con un ejemplar de esta deliciosa novela deben saber, antes de adentrarse en sus primeras páginas, que no solo van a protagonizar junto a sus personajes principales una misión llena de retos, intriga/s y hechos insólitos, sino que, transportándose a un futuro donde el hombre ya ha logrado colonizar el satélite de su propio planeta, podrán también habitar un mundo en el que la silenciosa y asombrosa belleza del espacio y los paisajes lunares convive con la fascinación por la poesía, la mitología, la música, la astronomía y la ciencia.

 

La lectura de una obra literaria es siempre un inteligente y generoso ejercicio de complicidad, y en la escritura de Ángel L. Montilla, tanto en el verso como en la prosa narrativa, esta experiencia suele ser especialmente fructífera y placentera. Queda claro que Montilla lo ha pasado en grande durante todo el proceso de preparación y creación de Operación Artemisa. Ante todo, concebir esta emocionante y, en algunos momentos, sorprendente historia en la Luna le ha brindado la posibilidad de revisitar y recrear algunas de sus inquietudes y aficiones más queridas y recurrentes. Como en algunas de sus colecciones poéticas, en esta su primera novela se atesoran, unas veces de forma expresa, otras de forma velada, no pocos homenajes y tributos a hitos de la literatura, el arte y la cultura antiguos, modernos y contemporáneos. Algunos de estos guiños encierran además valiosas claves que se reparten a lo largo de la obra para que el lector curioso y agradecido las reconozca, las interprete y, en la misma medida que el autor, las disfrute.

 

Junto a la cuidada ambientación y los misterios de su trama, Operación Artemisa es también el resultado de un minucioso trabajo de documentación y recopilación eficazmente aprovechado. La inclusión de todo un amplio repertorio de materiales y referentes culturales y artísticos que tienen que ver con lo lunar (hermosísimas narraciones mitológicas, obras maestras de la literatura y el cine, exquisitas piezas musicales) enriquecen un relato que amplía y trasciende el género al que se adscribe ya desde su título y desde el arranque de su acción principal. Operación Artemisa no es solo una novela de ciencia ficción. Tampoco es un ejemplo del subgénero de la ciencia ficción fantástica. Se trata de un ensamblaje muy personal y muy original de géneros, motivos y temas diferentes, todos ellos magistralmente integrados y armonizados alrededor de un hilo argumental que se centra en los periplos y las peripecias del botánico terrícola Alexandre Marchand y la comandante selenita Artemisa Karalis.

 

La narración se va construyendo a través de las numerosas cartas que estos dos personajes, Marchand y Karalis, remiten a sendos destinatarios. Dichas correspondencias se alternan a modo de capítulos y nos hablan de vidas que en un principio no parecen guardar relación aparente pero que poco a poco van aproximándose hasta revelar un pasado común y converger finalmente en un destino compartido. La fórmula epistolar es el cauce perfecto para que junto a la trama central fluyan interesantes y sugerentes anécdotas familiares, curiosidades científicas, reflexiones e, incluso, creaciones poéticas.

 

Y es que uno de los aspectos que hacen de Operación Artemisa una novela muy atractiva es el lirismo que envuelve muchos de sus episodios y escenas. No podía ser de otra manera: la poesía es el lenguaje que Ángel Montilla más ha cultivado hasta el momento. Lo lírico aparece en la descripción y la simbología de los sueños y en los preciosos mitos lunares que crearon las diversas culturas antiguas y que se intercalan como historias independientes en muchos capítulos. Pero la poesía tiene todavía mayor presencia en los versos de algunos de los nombres importantes de la lírica universal (Percy B. Shelley, Whitman, Lorca) que le cantaron a la luna y, sobre todo, en las composiciones de poetas selenitas, entre ellas alguna de la comandante Karalis. Estos pasajes son una buena muestra de los divertimentos metaliterarios que amenizan esta lectura y que con total seguridad despertará una sonrisa cómplice en más de un lector.

 

La creación de esta nueva tradición literaria de escritores nacidos en la Luna y la inclusión de algunas muestras de su lírica, junto a otros tantos detalles (la mención a un idioma lunés, los curiosos avances tecnológicos), dan cuenta de lo rica y compleja que es la recreación del universo en que transcurre Operación Artemisa. En él se funden realidades y concepciones que proceden tanto del ámbito científico como del humanístico. Esta visión global revela un claro interés del autor por ofrecernos un análisis completo y profundo de lo humano.

 

En su novela Ángel Montilla nos habla también de tensiones, dinámicas y circunstancias sociales y políticas que no son nada ajenas a nuestro mundo actual. La ciencia ficción ofrece así una valiosa oportunidad para que podamos contemplarnos más lúcidamente desde la perspectiva del futuro y para que podamos comprender mucho mejor nuestro presente. Relacionados con este aspecto de la obra encontramos momentos y situaciones que, a modo de pequeñas pinceladas narrativas, nos recuerdan a otros subgéneros como las historias de espionaje o el thriller político. La convivencia en la Luna entre los ciudadanos terrícolas y los selenitas se ve comprometida por una serie de conflictos que amenazan la paz social. En esa coyuntura, la comandante Karalis tiene una relevancia crucial. El protagonismo de lo femenino y la incorporación (y reivindicación) de una sensibilidad feminista en la historia es otro de los grandes aciertos de este relato.

 

Por la suma de todos estos aspectos y elementos de procedencia tan diversa y el compendio de temáticas y géneros tan variados, Operación Artemisa se nos antoja como una suerte de obra total. A pesar de no ser extensa, la novela es un auténtico microcosmos donde quedan reflejadas problemáticas de la condición humana a través de las aspiraciones, los sueños y los ideales que encarnan los personajes protagonistas.

 

Resulta además inevitable disfrutar de la lectura de Operación Artemisa con la mirada de un espectador acomodado ante la gran pantalla de una sala de cine. Los trayectos y las evoluciones de las naves espaciales, los escenarios y los paisajes lunares (tan icónicos), los momentos de acción, las actitudes sospechosas e intrigantes de algunos personajes y, sobre todo, el impactante final en el que desembocan los acontecimientos recuerdan, salvando las muchas distancias expresivas y estéticas, el encanto y la magia de algunas joyas del séptimo arte, de algunos clásicos de la ciencia ficción como los que nos regalaron para siempre secuencias tan memorables como el monólogo del replicante poeta Roy Batty o la imagen hipnótica de la Discovery 1 navegando al suave ritmo de los valses de Strauss.

 

Si aún no han conseguido un pasaje en el vuelo regular que llevará a Alexandre Marchand a la difícil misión que le ha sido encomendada, no lo duden. Acompáñenlo. Alunicen con él en la base Shackleton, alucinen con el insospechado desenlace de esta maravillosa aventura en el futuro".

 

Emilio Lobato Montes

15-1-2022

 

 

Monólogo del día uno

Uno escribió un libro hace años que tenía el número uno en el título.  En él quería reflejar la multiplicidad del universo que, forzosamente, tiene que pasar por el ojo de la aguja de uno mismo o misma.  Nada son galaxias, abedules, imperios, sacapuntas, ironías, nubes o barras de pan sin que el yo pensante, sintiente, comiente, tocante... lo aprehenda. 

 

Paseo por los parques vacíos este primer día del año que quizá contenga alguna puerta de salida.  Hay patos que me miran, deseosos de que lleve una bolsa de pistachos del cotillón (que no ha existido). 

 

Una niebla implacable difumina la perspectiva, oculta las cimas de los montes y el manso (imagino) vaivén de las olas del cercano Mare al que llamábamos Nostrum (menuda arrogancia grecolatina).  

 

Algunas flores atrevidas se asoman para anunciar tímidamente una primavera todavía lejana.

 

Supongo que en los televisores compiten por la escasa audiencia valses, saltos de esquí y refritos de la noche anterior, metáfora de los restos de una cena de la que no quedará ni una uva.  Yo me comí (dos veces, una a la hora de Japón y otra a la de la Península Ibérica) doce rodajas de plátano en homenaje a las gentes que vivieron, como aquel novelista pijo y alcoholizado, bajo el volcán.

 

Recibo un vídeo.  Unos niños corren por otro parque al norte de Osaka, volando una cometa blanca que resalta entre las ramas negras de los cerezos adormecidos, como en un relato que también escribí hace ¡décadas!

 

A lo lejos parece que viene alguien corriendo muy lentamente: otro que huye de su colesterol. 

 

Una madre con un carrito, harta de ver platos sucios y confeti pegado en las copas, ha salido a airear su retoño y dar vueltas, como yo, a un lago artificial, en el que bucean, medio autistas, medio sabias, tortugas de varios tamaños. 

 

Una banda de jilgueros huye al oír mis pasos. 

 

Las palomas picotean los restos del pan que una vieja les tiró el año pasado, ese en el que perdimos, entre otras muchas cosas, el centro de gravedad permanente.

 

Este día, como los demás, carece de moraleja.  Y también como los demás, deseo que este año del tigre les vaya mucho mejor que el anterior, cosa que no va resultar, intuyo, demasiado difícil.

 

 

 

Esfuerzo

Vuelvo a esta palestra después de mucho tiempo, movido por un tema que me atañe profesionalmente.  En distintos foros docentes prolifera una serie de banderías, sectarismos o como queramos llamarlo, entre, por ejemplo, reivindicadores de la memoria versus de metodologías activas, innovadoras contra tradicionalistas, etc.  De toda esta liga sin premio ni tabla de clasificación me apetece comentar la de quienes piden más esfuerzo al alumnado versus quienes buscan más su bienestar emocional y social.

 

La petición de esfuerzo al alumnado es legítima y razonable.  En la vida postacadémica nuestros alumnos y alumnas no van a encontrar más que esfuerzo y más esfuerzo.  No hay otra.  El problema no radica en esforzarse per se.  Lo primero que hay que analizar es de dónde se parte para llegar a dónde.  Me explico.  Imaginemos a Julia y a Julio.  Los padres de Julia son abogados, médicos, profesores o algo por el estilo.  Los de Julio son amos de casa, parados, trabajadoras eventuales del campo o de la hostelería.  Julia tiene la casa llena de libros y Julio, llena de... nada.  Los padres de Julia la llevan al teatro en Londres y a conciertos de Mozart en Salzburgo.  Los de Julio, al parque infantil gratuito, a ver blockbusters el día del espectador y al Mercadona a comprar marca blanca.  El sistema educativo no puede hacer lo mismo con los dos. Eso se llama equidad compensatoria, pero el sistema, por inercia, por comodidad o por razones presupuestarias, opta por la tabla rasa igualatoria. Súmenle a las diferencias sociales las particulares, psicológicas o actitudinales, derivadas de lo que ha venido en llamarse inteligencias múltiples, las cuales muchos/as intentan menospreciar, obviando lo que tenemos delante de las narices, a saber, que Messi tiene muy desarrollada la inteligencia kinésica, pero no la lingüística y que a Neruda o a Balzac les pasaba lo contrario. Circula por ahí un chiste gráfico en el que un profesor sentado en su mesa explica a un mono, un elefante, un pez, una foca y un perro que el examen consistirá en subirse a un árbol.

 

Los detractores de este razonamiento argumentan que hay cosas que hay que saber sí o sí y que no exigirlas llevará al sistema al declive intelectual y, por ende, al fin de la cultura y la civilización.  Semejante amenaza la llevamos escuchando ¿cientos, miles de años?  En tablillas mesopotámicas y textos de la Grecia clásica ya hay vaticinios de ese tipo.  Nada nuevo bajo el sol.  Cuando llegó la ley de Villar Palasí ya se dijo que el apocalipsis acaecería más o menos allá por 1980.  Luego vino la LOGSE y más de lo mismo.  Muchas arquitectas, poetas, astrónomos y neurocirujanas actuales estudiaron con esa ley en el sistema público y no se acabó el mundo (una vez más).  Ahora le toca el turno a la LOMLOE.  Ya se oye por ahí que se van a regalar los títulos de Bachillerato y no sé cuántas cosas más.  La verdad es que quienes trabajamos a pie de aula sabemos que, desde siempre y de facto, pocas veces se queda un alumno/a fuera del sistema porque se le atraviese una materia o un profesor/a.  Se le buscan las vueltas para que llegue tarde o temprano a la sacrosanta selectividad.  Lo que va a hacer la ley es sancionar un uso ya establecido y que además no es exclusivo del nuevo sistema español.

 

La ministra ha dicho en la prensa que no se trata de menospreciar el esfuerzo, sino de motivar para el esfuerzo.  Cada cual se esfuerza lo que quiere, pero también lo que puede.  Es el sistema el que se tiene que esforzar en que el alumnado quiera esforzarse y para ello necesitará varias cosas: que la administración rebaje la ratio y la burocracia y que cambien de una vez por todas metodologías y sistemas de evaluación/calificación, para lo que se necesita que los contenidos no sean tan teóricos, tan enciclopédicos ni tan academicistas como lo son hasta el día de hoy.  Cualquier ciudadano/a puede hacer la prueba del algodón e intentar recordar un porcentaje razonable de las fechas, reyes, fórmulas y afluentes que le metieron en la cabeza durante sus años mozos.  No se pueden adaptar, tal como marca la ley, la metodología ni la evaluación si hay que impartir tantísima información no pertinente.

 

No quiero entrar en disquisiciones demasiado políticas, pero da la impresión de que muchas veces coincide que quienes más arriba están en el escalafón social, más apelan al valor del esfuerzo, cuando son quienes menos lo necesitan, ya que parten de posiciones más ventajosas.  Los defensores/as de la meritocracia son casi siempre los que menos méritos han tenido que demostrar para alcanzar sus posiciones. No parece casualidad que la segunda persona más rica de España sea la hija del más rico.  Existen individuos/as que salen de la (casi) nada y consiguen un imperio, pero no podemos hacer depender un sistema de esos memorables, ultra-publicitados y escasísimos ejemplos.  La verdad es que, según algunos estudios, el alumnado de baja extracción social tiene casi siete veces más posibilidades de abandonar los estudios que los de la parte alta de la tabla.

 

Y ya puestos a comentar novedades de la nueva ley, aquí va un parrafito/excurso sobre los famosos exámenes extraordinarios de septiembre. Todos y todas las docentes saben de sobra que se presenta un diez por ciento del alumnado y aprueba un veinte de ese diez (grosso modo).  Es decir, que son una disparatada pérdida de tiempo y de dinero que pone en evidencia al sistema mismo, ya que propugna que un alumno/a aprenda en dos meses (en realidad dos semanas cortitas) y fuera del aula lo que no ha aprendido en nueve dentro de la misma.  Eso sin contar que suponen un problema de organización de matrículas, grupos y plantillas docentes que retrasa la organización de los centros hasta la segunda semana de septiembre, dejando literalmente cuatro o cinco días para matrículas, plantillas, grupos, optativas, horarios...  Una locura sin parangón que intuirán todos/as ustedes y corroborarán mis compañeros/as que trabajan o han trabajado en equipos directivos.

 

Vaya, parece que me he calentado y me ha salido el artículo demasiado largo.  Esto se deberá, supongo, a que, como les dije al principio, me interesa el asunto y por eso lo he escrito sin ningún esfuerzo.  Quod erat demostrandum.




 

Negar, temer

Hay un colectivo de personas que está haciendo más ruido del que le corresponde proporcionalmente.  Son los llamados negacionistas.  Estoy muy interesado en ellos/as porque provienen de ideologías y/o psiques muy dispares.  Encontramos postjipis antimedicina oficial junto a jóvenes pijos ansiosos por irse de farra, personas de ideología contraria al gobierno de turno en cada país, terraplanistas de youtube, trumpistas sobrevenidos, anarcoides diletantes y la clásica y minoritaria reata de iluminados del quinto milenio, cuestionadores de cualquier cosa menos de ellos mismos.

 

Estaremos de acuerdo en que siempre y en todos los sitios ha habido un reducto de incomprendidos que no comprenden ni aceptan la realidad que les ha tocado vivir.  Algunos de ellos han sido grandes cerebros y almas que han llegado a cambiar esa realidad a base de investigar, escribir o convencer, a veces post-mortem.  Ahí están Jesús de Nazaret, Marx (Karl), Freud, Buda, Galileo y demás.  Y también coincidiremos en que a la sombra de estos gigantes surgen imitadores del tres al cuarto que se creen (como los primeros) en posesión de la verdad y que, como en el chiste del conductor que iba en sentido contrario por la autovía, piensan que todos los demás están equivocados.  

 

Lo que está ocurriendo ahora es que quizá este porcentaje de inconformistas, autoalimentados mediante las nuevas (ya no tan nuevas) tecnologías, han crecido y se han hecho oír, como decíamos, un poco más de lo que les corresponde proporcionalmente.  Pienso que esto es debido a una sola razón: el miedo. 

 

Aunque los negacionistas crean que no les va a pasar nada si no se vacunan o si no usan las mascarillas, en realidad son los que más miedo tienen, porque su reacción no es al virus, sino al cambio de paradigma.  Es el fruto de no querer aceptar que estamos ante un problema de dimensiones colosales.  Niegan la realidad porque no la entienden o creen entenderla de otra forma.  Da igual, al final lo único que tenemos es gente asustada que no acepta que las reglas del juego han cambiado y que cree que negándolas va a desaparecer, cual avestruz que mete la cabeza en el agujero (cosa, por cierto, no rigurosamente cierta).   Para ellos/as, quienes seguimos (y hacemos seguir) las indicaciones de los especialistas sanitarios somos meros peleles del sistema, timoratos obedientes de los medios y de conspiraciones extrañísimas en las que se mezclan las churras con el 5G.  

 

Lo malo de todo esto es que su pánico a afrontar la realidad está empeorándola, al practicar y fomentar conductas insolidarias y peligrosas para el conjunto de la sociedad.  Algunos de ellos, por desgracia, ya han probado su propia medicina y han fallecido.  Llámenlo karma, coherencia cósmica, justicia poética o simple mala suerte, esa cosa que nos cuesta tanto aceptar cuando nos creemos más listos que nadie, aunque en el fondo estemos temblando como un corderito.