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Contemporáneo de Goya, Goethe o Issa Kobayashi, Ryookan (autor de Los 99 jaikus que reseño aquí) vivió alejado de los círculos literarios de Edo (Tokio), en monasterios de su provincia natal o en retiradas chozas cerca de pequeñas poblaciones. Recibió la enseñanza zen en el monasterio de Kooshoo-ji y más tarde llegó a ser prior del Entsuu-ji en Tamashima. Su maestro le dio el sello que certificaba su madurez y le otorgó el nombre de Taigu (Gran Loco), que adoptó con agrado. A partir de ahí abandonó el monasterio y se hizo unsui o monje itinerante. Acabó en una choza que le cedió un rico granjero. A pesar de este currículum, se dice que no llegó a aceptar nunca totalmente la disciplina de los monasterios, por lo que se le considera un poeta y calígrafo zen, más que un monje propiamente dicho. Yasunari Kawabata citó un poema de Ryookan en la ceremonia de recepción del premio Nobel en 1968:
Me gustaría
dejar algún recuerdo:
en abril flores,
cucos en el verano,
hojas de arce en otoño.
Aquí le dejo mi micro-selección de haikus del gran Ryookan.
Noche de julio:
contándome la pulgas
me pilló el alba.
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Sólo una cosa
ha dejado el ladrón:
la luna en la ventana.
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Estanque nuevo,
salta dentro una rana
y no hace ruido.
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Se va el otoño:
esta melancolía
¿a quién contársela?
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Cogiendo kakis
le hiela los testículos
viento de otoño.
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Aquí mismito,
bajo el cerezo en flor
pasar la noche.
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¡Si todo el día
me sintiera tan bien
como al salir del baño!
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Quemando leña
escucho cómo llueve.
Tarde de otoño.
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¡Yerbas de otoño,
enseñadme el camino
que he de seguir!
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