El día del tsunami

Han pasado cuatro años de aquel 11 de marzo.  Ya conté en su momento cómo vivimos aquellas convulsas horas.  Hubo algo entre simbólico (o meramente casual) en el hecho de que yo saliera del país justo cuando Japón estaba sufriendo uno de los peores momento de su historia desde el verano de 1945.  A veces he pensado si no debería haberme quedado allí.  A fin de cuentas la mitad de mi familia estaba en peligro de terremoto severo y, más tarde, de contaminación radioactiva.  Pero los acontecimientos se sucedieron con un tempo extraño, que no nos permitió percatarnos de lo que estaba pasando hasta unas horas más tarde.  En mi caso, fui plenamente consciente de lo sucedido cuando vi la portada de The Times en el avión de París a Málaga y la gente me miraba como si acabara de llegar del infierno.  No faltaron los que aseguraban ver a mi alrededor un inquietante halo verde fluorescente.  

 

Del poco tiempo que me tocó vivir en alerta nacional, lo que más me llamó la atención (a mí y al mundo entero) fue el civismo y la calma de la población.  Japón volvió a demostrar su raigambre zen (o confuciana o sintoísta) y afrontó el desastre con el aplomo y frialdad que necesitan este tipo de situaciones.

 

En el aeropuerto internacional de Kansai (desde el que salía mi vuelo a París) compartí en silencio una pantalla de televisión con un grupo de estudiantes que iba de viaje a ver catedrales y museos.  Allí pudimos ver escenas como las que les muestro en las fotos más abajo.

 

Meses más tarde volví a Japón y fuimos de viaje al norte, para solidarizarnos como turistas con la zona de Tohoku.  El tren-bala (shinkansen) se detuvo un minuto en la estación de Fukushima, capital de la provincia en la que se encuentra la famosa central nuclear.  Luego llegamos a nuestra amada Matsushima.  El muchacho de la oficina de turismo nos dijo que éramos de los primeros extranjeros que llegaban desde el tsunami. En el hotel, situado a orillas la bahía, estaban de reapertura, porque el agua había inundado toda la planta baja.  En muchos comercios del paseo marítimo había marcas de la altura a la que había llegado el mar: más de un metro y medio.  A pesar de todo, la vida continuaba.  La idea oriental de adaptabilidad a los cambios (tan parmenídea) resultó especialmente útil.

 

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Del otro 11M, del nuestro, también opiné en su momento y también la población dio un ejemplo de solidaridad y calma que mereció el respeto de resto del mundo.  Lo que pasa es que ese 11M me provoca en paralelo un malestar y una rabia que no me apetecen rememorar en estos momentos.

 

Civilizadas colas para llamar por teléfono en la estación Shinjuku de Tokio ante la caída de las redes de telefonía móvil.
Civilizadas colas para llamar por teléfono en la estación Shinjuku de Tokio ante la caída de las redes de telefonía móvil.
Información del gobierno en todas las televisiones (aeropuerto internacional de Kansai).  Las zonas rojas de la costa eran las alertas por tsunami de distintas alturas. El aeropuerto está justo donde termina la línea roja que va de noreste a sudeste.
Información del gobierno en todas las televisiones (aeropuerto internacional de Kansai). Las zonas rojas de la costa eran las alertas por tsunami de distintas alturas. El aeropuerto está justo donde termina la línea roja que va de noreste a sudeste.

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Comentarios: 1
  • #1

    Fina (jueves, 12 marzo 2015 06:11)

    Mil gracias.
    Por los que se quedaron atrás.