Ayer vi una muy buena película, Mandarinas. Un alegato antibelicista intenso, conciso, efectivo, bien filmado y magníficamente interpretado. Estaba ambientado en las orillas del Mar Negro, en el Caúcaso, allá por donde los griegos situaban, más o menos, la Cólquide.
Es bien conocida la historia de Jasón, que fue enviado por su tío a robar el vellocino de oro, una especie de pellejo dorado, cuyo simbolismo ha sido ampliamente discutido. Como a Teseo Ariadna, a Jasón lo ayudó Medea, hija del rey del lugar y hechicera malévola; se hicieron con la áurea piel y volvieron a Grecia. Tras varias aventuras que no vienen al cuento, el asunto quedó en que Jasón se prometió con la princesa Glauca, hija del rey de Corinto, y Medea se agarró un enfado hiperbóreo o hiperbólico y asesinó a la princesa mediante una capa mágica que la incineró en cuanto se la puso sobre los hombros. Así la cosas, la leyenda se bifurca y es a esta bifurcación es a la que quería llegar desde que empecé a hablar de mandarinas. Dice la primera versión (la más verosímil) que los corintianos mataron en venganza a los hijos de Medea, pero hete aquí que la que conocemos popularmente es la segunda: que Medea mató a sus hijos. Y todo porque , al parecer, para quitarse el intanticidio de en medio, los corintianos pagaron a Eurípides para que escribiera una tragedia que los exculpara. Ah, la literatura, cuántos vellocinos sucios esconde.
Las hechiceras, brujas y nigromantas siempre tuvieron (y tienen) muy mala fama. Son restos o representantes de los poderes telúricos y matriarcales, de las religiones antiguas, anteriores a los dioses indoeuropeos, tan celestes, altivos y patriarcales. Hasta hoy ha sobrevivido la ambivalencia de la Mater Poderosa Benefactora (Virgen del Gran Poder, Beatriz, la conductora de Dante, la Musa, la Amada...), junto a la bruja maléfica y pecadora (Eva, Circe, Salomé, la Madrastra, la Suegra Española...), con claro predominio literario y mítico de la segunda, por razones patriarcalistas que no hay que explicar demasiado. De modo que la versión euripídica es la que coló por su alto poder dramático y por su mayor credibilidad religiosa y antropológica. Ese sí que es un dinero público bien invertido y no lo de los aeropuertos fantasmas.
Así que ya saben: coman mandarinas, pero del Valle del Guadalhorce, que nos pilla más a mano. Y quien dice mandarinas, dice limones cascarudos, que pegan más con estas fechas apasionadas.
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