Tal vez dormir

Un grupo de investigadores de Austria, Finlandia y Hungría ha descubierto que los árboles duermen.  Al parecer, cuando decae la luz pierden presión de turgencia, es decir, el agua que contienen se va hacia abajo y lo árboles dejan de hacer el esfuerzo de mantener las ramas erguidas, en busca del sol.  No es que se echen a roncar como un gato o se pongan pijama o chanel como una humana, pero se inclinan diez centímetros.  Se puede decir que echan una "ramada" o cabezada, como, por otra parte, ya sabíamos que hacen los girasoles.

 

Las personas gastamos ingentes cantidades de energía, es decir, de dinero, en mantener la luz durante las cíclicas tinieblas del planeta.  A veces, los fines de semana sobre todo, usamos persianas, cortinas, antifaces y almohadas, para evitar lo contrario y seguir durmiendo.  Dicen los investigadores que estamos haciendo la puñeta a los árboles de las ciudades, ya que, debido a la presencia de luz constante, no pueden descansar y acaban como los presos de Guantánamo, estresados y derrotados.

 

Y ¿cuál es la moraleja de esta historia?  Que hay que dormir, que hay saber seguir el ritmo de la naturaleza, que hay que darse de baja de Netflix, que hay que ver amanecer, un espectáculo maravilloso que sucede demasiado temprano.  En estos días tan ajetreados para los que nos dedicamos a la administración educativa, se echa de menos especialmente esa cronosincronía.  Los días se agolpan con sus tardes y sus noches y todo es un continuum de tablas, pantallas, papeles y peticiones.  Un no parar, pero hay que parar.  Aunque sea para escribir textos como este, para vivir y luego, si Hamlet me lo permite, tal vez dormir.