Petit gran teatro

No voy a extenderme en elogiar a una compañía formada por un actor y actriz de dilatada y contrastada carrera, tampoco voy a encomiar el trabajo que hicieron ayer (por ejemplo) en la casa de la cultura "Blas Infante" de Coín, en el que entusiasmaron a un público de múltiples edades con su obra Clown sin tierra. No, no voy a hacer eso, porque, entre otras cosas, ya acabo de hacerlo.

 

Lo que me mueve a escribir esta entrada es el hecho de que se llenara el teatro, de que se llenen los teatros, de que, en este mundo, de pirotecnias, macroconciertos, ultrasupermovidas interplanetarias, psicodélicas, electroacústicas, digitales y virtualizadas... llegan dos actores se plantan delante de la gente y se hace la magia.  Primero fue que el cine se iba a comer al teatro, luego que la televisión se iba a comer al cine y al teatro, luego que internet se iba a comer a la tele, al cine y al teatro... Y resulta que llega el teatro y se los come a todos.  Porque el teatro es, ante todo, verdad.  Es la verdad de lo pequeño, de lo tangible, de lo efímero y, por tanto, valioso.  Intuyo que el personal anda saturado de holografías, explosiones y monstruos barrocos, de mundos que, en el fondo, sólo existen en una cajas con lucecitas, escondidas en vaya usted a saber qué gélida y remota cueva de Finlandia.

 

Se levanta el telón, o sea, se descubre lo que estaba oculto, lo que en realidad, teníamos delante de nuestras narices de plástico.