Aullidos para espantar males

Otro de los libros que no reseñé en su momento, a pesar de que participé en la misma presentación, fue Los naipes sobre el agua, del profesor, novelista, poeta y articulista José L. González Vera.  

 

Se trata del siguiente número de la colección en la que apareció De la palma al cerezo, dirigida por José A. Mesa Toré.  En él se recogen los tres poemarios (hasta el momento) de González Vera: Los barrios lentos, Montaje de autor, A oscuras  más tres poemas inéditos.

 

Ya me tocó escribir una aproximación a su poesía en una separata de la revista Litoral y ahora, presentar Montaje de autor en un acto entrañable y sorprendente celelbrado en el Centro Cultural Mª Victoria Atencia de la Diputación de Málaga.

 

He aquí mis palabras, bien oiréis lo que decía:

 

"A estas alturas cada vez creo menos en las casualidades. 

Cuando José Luis me llamó hace no demasiado tiempo para que presentara Montaje del autor intuí algo.  Al empezar a releerlo capté el guiño.  Estaba apelando a mi niponfilia desde el primer momento.  El libro comienza con un haiku, un haiku heterodoxo en su métrica, en lugar de 5-7-5, usa el 7-5-7.  Más que un haiku podríamos decir que es un koan, una de esas adivinanzas que usa la secta zen rinzai para poner a prueba los límites de la lógica del aspirante al satori.   

El guiño niponfílico continúa en el segundo poema, titulado, oh casualidad, “Geisha”, aunque la tal geisha que lo protagoniza es un ser inerte, una escultura “en el horno de escayola nacida”. Y luego salen películas japonesas, lunas, mangas, nenúfares, kimonos y todo.

Pero volvamos a ese koan/haiku inicial

 

     El cristal bajo el agua

     descubre oculto

     su antigua transparencia.

 

Se trata de una reflexión que nos introduce en la esencia de este libro.  Un libro, como su nombre indica, cinéfilo, pero que va más allá porque incide en algo más general y profundo: la mirada, la acción de mirar y también en el descubrimiento de lo que era evidente.  En este sentido, conecta también con la idea del zen de que la realidad última es la que tenemos delante, pero que no sabemos mirar adecuadamente.

La primera sección, "Ángulo contrapicado" nos ejemplifica a las claras lo que les comento.  Como saben, este ángulo es el que adopta la cámara cuando mira desde abajo hacia arriba.  Es la perspectiva que hace grande lo pequeño, que distorsiona la verdadera dimensión de lo que vemos y que tan hábilmente fue utilizada por Orson Wells en Ciudadano Kane.  Es el punto de vista del que está debajo, del que se siente humillado por el tiempo, por el fracaso, por la vida toda.   He escogido un verso de cada poema: observen el efecto: "frágil humano busco / la calma que no surge de mis versos; un albatros que gruñe su presencia / ante la luna; un tronar de gemidos / frente al supermercado; son muerte y vida diálogo; el tósigo en el aire / las facturas pendientes; escarbo mi refugio  / al hilo de los miedos….”  La sección culmina en un espectacular poema titulado, en clara referencia a Luis Cernuda “Donde anidan las ratas”.

Este poema merece, por su extensión e intensión, bueno, intensidad, un comentario propio.  Se trata de una descripción entre onírica y autobiográfica, es decir, la vida como sueño o, mejor, como pesadilla.  Heredero de las mejores escenas del cine negro, esta silva de heptasílabos y endecasílabos nos lleva de paseo por la una noche de memoria, de muerte, de violencia, un camino sin destino, incluido en otros destinos, como un jardín de senderos que se engullen unos a otros.  Es un poema intenso, con referencias claras, como digo, al cine negro, aquel en el que Joseph Cotten o Edward G. Robinson conducían autos rectangulares ante un ingenuo chroma en noches de lluvia o niebla.  Pero también, por su carácter fragmentario y, permítaseme la pedantería, deconstruido, cercano al expresionismo alemán de Murnau.

La segunda parte del libro, titulada “Línea de fuga”, alude a esas líneas que, aun siendo paralelas, a efectos de la visión, son convergentes en un solo punto al que llamamos punto de fuga.  Se trata pues, de otra lección sobre la visión, de otra forma de re-visar (en el sentido etimológico del término) la realidad.  Y por otro lado el carácter de fuga no invita a salir del libro, a ir hacia el siguiente, titulado A oscuras, nueva alusión a la visión como eje de una poética.

Los siete poemas de esta sección cuentan de manera sesgada e indirecta la autobiografía de una ruptura, de un fracaso probablemente amoroso o sentimental y de una resignación.  Es una historia con altibajos, entre un punzante dolor por la pérdida

Se enmohecieron los días                       

Esta luz daña

No tuvimos piedad ninguna

Sucumbo ante tus zarpas

Y algunos atisbos de ínfima alegría, como puntos de luz que brillan en una densa oscuridad:

No quiero que en el tiempo sólo arraigue lo impuro

Te echo de menos y quizá me acostumbre

Acoge los senderos / y disfruta y defiende los pasos que construyen / tu nombre…

De modo que aquí tenemos otra interpretación para esta sección.  Se trata de una fuga en el sentido musical del término, un contrapunto de esperanza y desesperanza, una lucha de contrarios, una coincidentia oppositorum, un ying-yang que fluyen formando el tejido de la vida.

Esta criptorreferencia musical no es casual ni baladí, porque no olvidemos que José Luis es un lobo, un lobo poco solitario como puede verse en esta mesa, pero ante todo es un lobo que aúlla, un lobo que canta (y que toca: ya saben que lo tengo en nómina como bajista) y su canto son estos versos que hoy presentamos y celebramos.  Un canto nocturnal y trágico, pero canto a fin de cuentas y, como dice el refrán, quien canta sus males espanta".

 

José A. Mesa Toré y Gaby Beneroso glosaron los otros dos libros con humor y sensibilidad.  Yo, como ven, hice lo que pude aquella tarde/noche en la calle Ollerías de Málaga.

 

Espero que esta recopilación se quede corta pronto y que el autor nos vaya dando sin prisa, pero sin pausa, más poesía como esta, conmovedora y estimulante, dura y amarga, como la misma vida, frente a la cual José L. González Vera se planta de pie (así lo pueden ver en la foto de la portada), con los brazos cruzados de espaldas a la luz, encarando la oscuridad, firme como una roca ante el tsunami de la adversidad, que diría Marco Aurelio mezclado con Yukio Mishima.