Las ciudades del maestro

Antonio Jiménez Millán ha sido un maestro en el amplio sentido de la palabra.  Recuerdo mis inicios en el taller de poesía Tediria, al que acudió en petit comité, altruistamente, a dar lo que ahora se llama una master class.  En aquella mesa del instituto Sierra Bermeja nos leyó sus poemas, nos habló de su visión del la poesía actual y habló de nuestros textos, publicados en la revista.  Se puso a elogiar un relato mío muy denso y novelanegresco, que nunca he vuelto a publicar.  Su benevolencia es infinita.   Poco tiempo después fui su alumno, ya formalmente, en la asignatura de Literatura catalano-provenzal (qué tiempos aquellos en los que Cataluña no era una caja de bombas, sino una parte de nuestra cultura). 

 

Ciudades es una antología excepcional que abarca desde 1980 a 2015, con un prólogo espectacular del Luis García Montero.  El autor sabe inmiscuirnos en su mundo con una técnica envidiable, un verso libre de rima, pero exacto y elegante en el uso de la medida, en torno al heptasílabo y el endecasílabo.

 

La voz que nos habla es serena, sobria, culta, lúcida y pausada.  Quizá el meollo de su poética se encuentre en el cruce de los ejes temporales y espaciales, un cronotopos en el que se funden la reflexión sobre la memoria y la ciudad como escenario del proceso vital.   Desde Baudelaire la ciudad se ha convertido en un personaje más de la poesía, en un símbolo también de la fugacidad del mundo, del anonimato de ser humano ante una realidad cambiante, que sólo la fuerza de la palabra poética es capaz de conjurar:

 

     Me pregunto si es ésta mi ciudad,

     si era yo quien subía por las sendas del bosque,

     quien cruzaba los puentes

     cerca de las murallas y del frío

     que ahora me resulta muy extraño.

 

Las referencias a otros escritores son constantes en casi todos los poemas.  La cultura no se entiende aquí como un rasgo de aislamiento y erudición banal, sino en una respuesta consciente, en palabras de García Montero, "un modo de resistir y superar la condena al anonimato de los otros, el deseo de buscar rostros en una multitud que camina hacia la nada".  La conversación con sus colegas presentes y pasados es evidente en las citas y en la presencia de autores en el mismo cuerpo de los poemas, pero otras veces es más sutil, apta sólo para lectores más avezados.

 

En suma, literatura de la buena, de esa que deja un poso inolvidable, que nos ayuda, por identificación o catarsis, a afrontar los fracasos personales y colectivos, a paladear como un licor añejo, las alegrías de la carne y de la propia literatura.

 

Como dice el prologuista, la poesía de Antonio Jiménez Millán es "una de las más sólidas de la literatura española contemporánea".  Este volumen lo atestigua y estos versos que les traslado pueden corroborarlo parcialmente:

 

            CLANDESTINIDAD

                    (1974)

 

     Ha guardado la llave del desván

     que esconde un manifiesto

     con cubierta roja,

     los pasquines,

     la prensa clandestina.

 

     Ha salido a la calle.

     Extraño en su ciudad

     ni un solo día deja de sentir

     los pasos que se acercan,

     los ojos que vigilan sin descanso.

     Ni en sueños lo abandona.

 

     Al cabo de los años,

     ha vuelto a visitar aquella casa.

     El miedo sobrevive en la humedad

     de aquel rincón umbrío,

     igual que algunas páginas borradas

     entre la ropa vieja.

 

(Sé que ha pasado mucho tiempo desde la presentación de este libro en el Centro Andaluz de la Letras.  Pido disculpas a Antonio por la tardanza y le doy las gracias por haber puesto en nuestras estanterías y en nuestras vidas estas Ciudades).