Milagro en el Orient Express

 

No sé por dónde empezar a hablar de lo que pasó ayer en el estreno de Secuestro en el Orient Express.

 

Lo primero es lo primero: me dio la impresión de que fue un éxito de público.  De crítica no sé, porque no vinieron los medios (ni se les esperaba, por suerte).  Era una fecha mala y mucha gente estaba ocupada en viajes, enfermedades y espectáculos alternativos varios.   No importa.  Intentaremos hacerla otra vez y, además, está grabada en vídeo por si las moscas.

 

Lo segundo en realidad es lo primero: la valía, la entereza, el entusiasmo, la simpatía, la entrega, la humanidad y la calidad interpretativa de las alumnas y alumnos.  Fue verdaderamente impresionante, para todos y, sobre todo, para quienes vimos cómo iban solucionando los problemas que iban surgiendo.  Impactante.  El único mérito mío ha sido el casting, más, mucho más que el texto, la dirección y la composición de la mini-banda sonora.

 

Con respecto a la obra en sí, solo diré que es una mezcla de Ionesco, Pirandello, Gila y los Monty Python.

 

Una tarde que estábamos ensayando, acudió al centro mi bajista y sin embargo doctor, novelista, poeta y columnista José L. González Vera.  Teníamos que ensayar para el conciertal que dimos el martes.  Hizo una reflexión que me pareció oportuna: si estuviéramos en otro país, todos estos alumnos habrían aprobado con sobresaliente un taller o una asignatura y formaría parte de su currículum oficial.  Pero en nuestro sistema educativo este tipo de actividades se llaman extraescolares, como si fueran algo externo, un postizo a la verdadera formación.  Pocos disparates podremos encontrar mayor que ese.  

 

Bueno, lo dejo ya, que me pongo reivindicativo y se me pasa la alegría que me dieron los actores y actrices y el público que asistió y se entregó a lo que estaba pasando sobre el escenario y, en ocasiones, fuera de él.

 

Gracias, arigato, como dicen en Japón, "honto ni", de verdad.