La princesa Alice y el Gran Hermano

Imagen de Pixabay
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Tres psicólogos británicos hicieron el siguiente experimento con niños de 5 a 9 años.  Les pidieron que tiraran de espaldas bolas del velcro a una diana que había a unos metros.  La cosa era difícil.  Luego los separaron en dos grupos.  Al primero le pidieron que fueran entrando de uno en uno y lanzaran lo mejor posible.  Los pobres y las pobres, al percatarse de que  no daban una y viendo que estaban solos, se volvían sigilosamente y colocaban las bolas donde les parecía para conseguir más puntos.  Al segundo grupo le contaron que en una silla que había junto a la diana estaba sentada la invisible princesa Alice, que vigilaba por si alguno hacía trampas.  Sí, es lo que están pensando. Los niños del segundo grupo actuaron con un nivel de ética/moral intachable, temiendo el ojo invisible de la invisible princesa.  No faltó alguna que se fue hacia la silla y la palpó, para ver si en efecto había tal princesa en la silla.  Empiristas y materialistas, futuros filósofos.

 

La moraleja está bastante clara: la existencia de los dioses es un hecho eminentemente práctico, un rastro bastante claro de la psique infantil, de aquellos tiempos en que los padres controlan toda la vida de sus hijos.  Fue Voltaire quien lo intuyó: "Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo".  Y tiene toda la guasa que el gran azote de la Iglesia sea precisamente quien lo diga.  La frase es, pues, ambigua.  Los creyentes ven en lo que demuestra el experimento británico una "razón para la fe" (gran paradoja donde las haya) y los ateos y agnósticos, precisamente lo contrario, que Dios es un invento y que se podrían hacer las cosas bien sin su necesidad.

 

Hace años en un libro de texto de Lengua encontré un reportaje sobre una monja española que prestaba sus servicios a las víctimas de aquella masacre de hutus y tutsis, que dejó en estado de shock a la opinión pública mundial.  En un momento la religiosa afirmaba que estaba allí por su fe y que no sabía por qué estaban allí las otras personas, que ayudaban, pero no la tenían.  Me pareció una duda curiosa.  

 

Sea el hombre un lobo para la mujer o un perfecto salvaje roussoniano, no creo que a estas alturas de la historia quepa duda de que pueda existir una ética y una moral laicas, como la que propuso Sócrates y, en cierto sentido, Buda.  Una ética en sí y por sí misma, sin premios ni castigos a posteriori, sin grandes hermanos ni princesas invisibles sentadas en sillas de jardines de infancia.