Pelo y paz

A ver si no me sale una teoría muy disparatada: el pelo no contiene la fuerza, sino la tolerancia.

 

Veamos algunos casos.  El primero que me viene a la cabeza es el de Sansón.  Nada más conocer el traicionero rapado de Dalila, montó en cólera y demolió el palacio.  No perdió la fuerza, sino la capacidad de diálogo. Y lo del crecimiento súbito del pelo no se lo traga nadie.  A pesar de su brillante cráneo, Gandhi no fue ningún santo y se enfrentó concienzudamente a los ingleses, de buen rollo, pero sin dar un paso atrás.

 

Jesucristo llevaba el pelo largo (o eso nos han comunicado sus muchos pintores, que nunca lo vieron, pero lo intuyeron).  Buda lucía también una buena mata, con moño y todo.  Y por no hablar de los jipis o los skinheads, en las antípodas de la tolerancia y la intolerancia respectivamente. Todos recordamos aquella memorable escena de Hair, en la que, tras pasar por la barbería, el joven protagonista sube en formación al avión que que lo llevará a darle para el pelo a los charlies en el barro tropical.  Era la era de Acuario, que iba a venir con sus sirenas de largas cabelleras a traer la armonía a este mundo nuestro, el de Mr. Burns controlando centrales nucleares.  

 

Todo esto lo traigo a colación porque noto que cuanto menos pelo tengo, menos condescendiente me noto.  Puede que sea la edad.  Habría que investigar si mis hirsutos coetáneos son más empáticos que yo y mis coetáneos alopécicos.  

 

Yo antes no era así.  Tendré que comprarme una peluca.  Mientras me decido por algún modelo, espero que los lectores aporten ejemplos que contradigan esta extraña teoría y empiece a recuperar mi tradicional paciencia y empatía.  Peace and hair.