El hombre que resucitó (a don Quijote)

Vale, el título es un poco retorcido, como la novela y la película.  Paso a explicarlo.

 

El quijotesco Terry Gillian, que tiene aspecto de Sancho Panza, se propuso hace años (lo recuerda ahora en los títulos de crédito iniciales) hacer esta película.  El actor que hacía de don Quijote (Jean Rochefort) enfermó, llovió a cántaros, diluvió durante el rodaje (también alude a eso),  pasaban aviones norteamericanos por el cielo, Johnny Depp, que hacía de Sancho (sí, se lo pueden creer), tenía que irse a hacer de pirata o de lo que fuera que hiciera en aquellos momentos... Total, un desastre descomunal. La ruina de la producción.  Pero Terry siguió en sus trece, se levantó de aquel testarazo contra los molinos del azar y perseveró y perseveró y al final, lo consiguió.  

 

El fruto de semejante testarudez es El hombre que mató a don Quijote y... bueno, veamos.  El mismo director lo advirtió: no se puede hacer una película de esa novela.  Imposible.  La genialidad de Cervantes no es fácilmente trasvasable al cine.  También lo supo Orson Welles y por eso quizá no la terminó.  Se ha hecho cosas para cine, televisión y dibujos... aburrimientos garantizados, meros traslados, homenajes carentes de gracia, chispa y profundidad.  A los clásicos hay que faltarles al respeto, por eso son clásicos, porque ellos lo hicieron (tranquilidad, que no voy a soltar aquí el rollo que suelto en las clases) y porque, si lo son, lo resisten.  

 

Así que Gilliam ha tirado por el camino de en medio y ha hecho una película metacinematográfica, arriesgada, valiente, irregular, no excesivamente graciosa y con algunas pinceladas discutibles de españolismo castizo (gitanos, flamenco, picoletos...).  Pero el resultado es encomiable, porque ha sabido que el Quijote no es una obra lineal sobre un amor platónico, ni un retrato de la sociedad del momento (que también lo es), sino una reflexión sobre el arte de narrar y sobre la relación que tiene esto con la mismísima vida.  Demasiado asunto quizá para una película, incluso para la mayoría de los libros.

 

Quienes quieran ver lo que escribió Cervantes tal cual, en orden cronológico en la pantalla, que se olviden.  Quienes quieran hartarse de reír con el autor Los caballeros de la mesa cuadrada, que no vayan.  Quienes quieran estremecerse reflexionando sobre el tiempo, o la alienación y sus entresijos como en 12 monos o Brazil, que se queden en casa.

 

Cuando he llegado a comprar las entradas la taquillera me ha dicho que el cine estaba vacío.  Fui a almorzar y cuando entré en la sala sólo había un señor regordete.  Ya estábamos los dos.  La película podía empezar.