Dos sutiles menosprecios

En este día tan señalado, me ha dado por informarme (una vez más) sobre Jesús de Nazaret.  No voy a meterme aquí a resumir la casual coincidencia de este nacimiento con el solsticio de invierno o con la fiesta romana del Sol Invictus (propuesta arbitrariamente como Navidad por el papa Julio I el año 335).  Lo que me ha llamado la atención es el apelativo de "nazareno", que ha llevado a casi todos los historiadores a pensar que el futuro Cristo no nació en Belén, sino en Nazaret, como su nombre indica.  Lo de Belén, al parecer, fue una adenda de Lucas y Mateo para justificar cierto pasaje del Antiguo Testamento, en el que se especificaba que ese pueblo cercano a Jerusalén (cuna también del rey David) sería el lugar de nacimiento del mesías.  Lo interesante del asunto es que "nazareno" era una especie de mote despectivo de los propios judíos, porque Nazaret era un pueblo de mala muerte que no conocía ni Dios (válgaseme la hipérbole semiherética).  De hecho no lo cita ninguna fuente romana ni judía en los primeros siglos del cristianismo.  Pongamos que "nazareno" era un híbrido entre lepero y concejal de Cuenca.  Por eso cuando fueron a crucificar a Jesús le colocaron ese cartel humillante en el que se reían (para más inri y de una vez) de su origen y de sus pretensiones: Jesús Nazareno Rey de los Judíos.

 

Este cachondeo sacrílego me ha recordado otro que mucha gente desconoce y que explico a la primera de cambio en mis clases.  El ingenioso hidalgo Alonso Quijano era de la Mancha, como quien dice de un lugar aburrido, polvoriento y vulgar del que no puede salir el protagonista de ninguna novela, menos de una de caballeros y aventuras fantásticas.  El humor cervantino, tan sutil, tan poco español, comienza en el título, antes de empezar a leer propiamente la obra. Y luego don Miguel se dedica a contarnos la dieta y armario del caballero, datos banales y antiheroicos con los que se pitorrea ampliamente de las genealogías de los héroes medievales y antiguos, nacidos muchos de ellos junto a caudalosos ríos, no en eriales resecos donde-nunca-pasa-nada.

 

A los modernistas les pasó algo parecido con su mote, pero esa ya es otra historia que dejaremos para, por ejemplo, el cumpleaños de Rubén Darío o el de Salvador Rueda.