Pozos y poesía

Poemas y campos están horadados de pozos.  El pozo es siempre inquietante; es como una lluvia invertida: sacar agua de abajo cuando no viene de arriba.  En clase de literatura de vez en cuando nos tropezamos con alguno.  Entre los más famosos está aquel de Poeta en Nueva York, "Niña ahogada en un pozo".  También se hizo popular hace unos años aquella otra niña japonesa de la película The ring, que salía de uno con los pelos vueltos hacia adelante y que atravesaba la pantalla para ¡matarnos a todos!...  Pozo y muerte son sinónimos en el imaginario del arte.  En la vida cotidiana el pozo es fuente de agua que nos da vida, pero en el in-subconsciente, el pozo da miedo.

 

Muchas veces hemos comentado en clase este poema de Juan Ramón Jiménez en el que el pozo no es el protagonista, pero aparece como sospechoso atrezo en un supuesto locus amoenus.

 

    El viaje definitivo

    … Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
    cantando;
    y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
    y con su pozo blanco.

    Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
    y tocarán, como esta tarde están tocando, 
    las campanas del campanario.

    Se morirán aquellos que me amaron;
    y el pueblo se hará nuevo cada año;
    y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado, 
    mi espíritu errará nostáljico…

    Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
    verde, sin pozo blanco, 
    sin cielo azul y plácido…
    Y se quedarán los pájaros cantando.

 

Cuando les pido los/as jóvenes que analicen los elementos simbólicos de este aparentemente fácil poema, llegamos al pozo y nos tenemos que parar.  Cielo y pozo son casi antítesis de verticalidad ascendente y descendente.  Instalado en medio del huerto encalado, como en la adivinanza infantil, es blanco por fuera, pero negro por dentro.  Es el símbolo de la amenaza latente.  Todo está bien, hasta que deja de estarlo.  Es un cisne negro en medio de un estanque de blanca quietud.  Es la serpiente escondida entre la hierba: latet anguis in herba.  El pozo, más que dar, reclama, traga, engulle, mata.  Por su negro abismo se va el alma del poeta hacia el otro mundo.  Suerte que se quedan "los pájaros cantando", es decir, que sobreviven los poemas, "la obra", lo único que a Juan Ramón le importaba de verdad.

 

Casi siempre son los niños los que caen (o salen de) en los pozos.  Y no basta una piedra inestable para sellar su oscura energía centrípeta.  Hacen falta cien ingenieros para contrarrestar su poder.  Y suerte, mucha suerte.