Risa y política

Me confieso confundido con este tema desde siempre.  En un principio yo creía que la risa era revolucionaria.  Removía el cuerpo entero con sus convulsiones y, en consecuencia, se incitaba al cambio social y político.  Los adustos guardianes del poder recelaban de la popular risa del carnaval, que rompía las barreras de clase o estamento.  Bueno, no digo más de este tema, que para eso ya Eco se hizo ídem en El nombre de la rosa.  

 

Pero luego hubo un vuelco.  Lo mismo fue en los setenta o por ahí.  "Yo era un niño en los setenta" (como rezaba aquel poema del compi de facultad Álvaro García) y no estaba en esas disquisiciones.  Bastante tenía con aprenderme el Catecismo para hacer la comunión y vestirme de marinero en tierra.  Luego me di cuenta de que el poder más reaccionario se había apropiado de la bandera de la risa y que la izquierda se había vuelto adusta, seria y comprometida.  No estaba el horno para chistes.  La gente sufría en las cárceles, el pueblo era acallado con gases lacrimógenos, no "risógenos".  "¿De qué te ríes, camarada? Mira este moratón; mi novia está en Yeserías".  Y mientras tanto, en la televisión repartían fútbol, pan y risas para que la gente aturdida no anhelara, ni por asomo, el fin de la opresión.

 

Entiendo que para cambiar las cosas hay que ponerse serio, como Llamazares, como Stalin, como el mismo Hitler, un hombrecillo iracundo que no entendía las bromas de las vanguardias artísticas y las consideraba "arte degenerado":  "Un ojo para acá, una pechá de manchas sin sentido... ¡Seamos serios, señores arios!".  Cuando uno se pone dogmático, es fácil que le salgan antibufones como setas.  Por eso el liberalismo es más listo: deja hacer,  deja contratar con sueldos irrisorios, deja construir en primera línea de playa... Y si te enfadas, pues se ríen de ti.  

 

Así que la risa no es de derechas ni de izquierdas.  Es como la lanza o los misiles: un arma de ataque contra las firmes fortalezas de la moral, la certeza y la ortodoxia.  Nada hay más gracioso que un príncipe altivo resbalando con una cáscara de plátano. 

 

Pero no me gustaría terminar zanjando este asunto, como si estuviera en posesión de la verdad.  Eso provocaría las chanzas del personal y de mí sólo me río yo (y solo).