Ese invisible yo

Las personas se dividen en tres grandes grupos: la "gente", las "personas que conozco" y "yo" (es decir, cada cual).  Entre los dos primeros se establece cierta movilidad, regida por el azar y la pérdida progresiva de memoria.  Gente que no conozco se convierte en conocida y personas conocidas se van olvidando y acaban convirtiéndose en gente.

 

Entre el yo y los conocidos también hay intercambio.  Los pensamientos, tics, formas de hablar o comportarse pueden pasar de unos a otro.  Al yo le cuesta mucho reconocer que está siendo influenciado por los conocidos, pero suele ser más ágil detectando su huella en los demás.

 

Dicen los neuropsicólogos que existe una zona del cerebro, el área 10 o capa granular interna IV, situada en la corteza prefrontal lateral (no soy neurólogo, lo he copiado de un libro), que es dos veces más grande en los humanos que en los simios.  Puede que ahí viva la conciencia del "yo", porque se dedica a emitir lucecitas en las pantallas cuando la memoria, la planificación, el pensamiento abstracto y la adopción de comportamientos adecuados están funcionando.  Pero la cosa es más complicada y otras zonas de la sesera también están implicadas en estos procesos.  Como dijo Leibniz, "si agrandásemos el cerebro hasta que tuviese el tamaño de un molino, y así pudiésemos caminar por su interior, no encontraríamos la conciencia".

 

El yo es mutable a nivel psíquico, moral y político (sobre todo político después de unos resultados electorales no concluyentes) y además lo es a nivel físico.  Cada diez años más o menos las células que nos componen ya no son las que nos componían.  Nuestro cuerpo de ahora no es el que teníamos hace once años.

 

Resumiendo: si lo que pienso, siento y hago está influido por los demás; si no hay un lugar exacto en el que exista el yo, si mi cuerpo es nuevo cada década, ¿de dónde proviene es(t)e egocentrismo (selfismo) insano que nos encorseta y delimita y que pretende ser eterno a base de poemas, intervenciones quirúrgicas, sinfonías o cremas antiarrugas?  Buda, Ortega y Gasset y otros muchos ya lo intuyeron: apenas somos, o somos nosotros y nuestras circunstancias.