Quizá lo hayan visto por ahí. Es un niño chino que hace malabares con tres cubos de Rubik y mientras los lanza y entrelaza en el aire ¡los hace!, es decir, ordena todos los colores. Uno no puede más que maravillarse y quedarse con la boca abierta. Y ahí es cuando llega el problema. Nuestra estupefacción nos deja como a esos conejos que se cazan deslumbrándolos.
Los ciudadanos de aquel milenario y enorme país malgastan su tiempo y sus energías mirando embobados la habilidad de este chaval, en lugar de centrarse en los muchos problemas e injusticias que existen tras la Gran Muralla y The Great Firewall, que impide cualquier tipo de reivindicación o insurgencia digital.
Y aquí por occidente no estamos para dar lecciones de nada. Desde el panen et circenses, hasta la telebasura o los videos de gatitos tocando el piano, pasando por Goebbels, el fútbol, Gibraltar-español y otras famosas manipulaciones y distracciones, el poder siempre ha tenido a mano algún pajarito al que quieren que miremos. Así nos tienen embobados, o sea, transformados momentánea o definitivamente en bobos y bobas.