El ángel exterminador

[NOTA PREVIA: Escribí esta entrada el 28 de marzo de 2020.  Por alguna desconocida razón, no tuve ganas de publicarla, pero la fecha misma puede dar alguna pista]

 

Seguro que no seré el único al que en estos días le ha venido a la memoria aquella inquietante película de Buñuel.  Para quienes no la hayan visto, les diré que cuenta una aburrida cena de la alta burguesía mexicana allá a principio de los años sesenta.  Todo es muy normal y convencional hasta que llega el momento de irse.  Entonces resulta que nadie se va, que nadie se atreve a dar el primer paso para salir de aquel salón.  No hay razón ninguna para no hacerlo, pero no lo hacen.  No tiene sentido lo que pasa, de ahí que se considere una película surrealista, aunque eso habría que discutirlo más pausadamente.  La decisión de no salir va a más y... quien quiera saber el final, que la vea.  Solo diré que el de Calanda aprovecha para darle un repaso ácido a la burguesía y, ya de camino, a la tradición judeocristiana, al relacionar (con el título y alguna escena) la situación con la décima plaga, aquella que Yahvé infligió a los egipcios cuando mandó que su ángel exterminara a los primogénitos no judíos.

 

Cierto que ahora sabemos por qué estamos encerrados y que tenemos medios tecnológicos para evadirnos mentalmente, pero la situación guarda un inquietante paralelismo por lo que tiene de universal y apocalíptico.  Nosotros, la gente que vivía en el mejor de los mundos posibles, sumidos en nuestra virtualidad y nuestra frágil felicidad, pendientes de dietas, pantallas y autorretratos, atemorizados de vez en cuando por terroristas y crisis económicas, hemos visto restringidas nuestras libertades, mermado nuestro consumismo y pospuestas nuestras fiestas populares.  Buñuel tal vez diría que estamos pecando por nuestro exceso de superficialidad y egocentrismo, por nuestra prepotencia. 

 

Por mi parte, opino que las cosas pasan porque pasan.  No creo que estemos pecando por nada, a lo más por hacer del mundo un pequeño pañuelo. Pienso más bien que somos vulnerables, que siempre lo hemos sido y que ocultarlo tras una cascada de risas y rosas enlatadas ha sido contraproducente.  Hace más o menos cien años, tras una horrorosa guerra, el mundo se puso a bailar el charlestón y a beber champán en grandes mansiones cuando "París era una fiesta", pero un jueves de 1929 explotó la bolsa de confeti y comenzó otra triste historia de hambre, guerras y populismos.  No digo que la historia se repita rítmicamente, pero quizá nos vendría bien tomar nota de caídas anteriores. 

 

Y por eso mismo tampoco me voy a subir al carro de los agoreros y casandristas.  Precisamente el exceso de fines del mundo que hemos estado consumiendo durante años, vía medios de comunicación, ha impedido que cuando ha llegado una amenaza de verdad le hayamos hecho menos caso que al pastor que anunciaba cada día la llegada del lobo.

 

Saldremos de esta, como salimos de males y epidemias pasadas.  El ángel exterminador levantará el vuelo hasta cuando sea y volveremos a olvidar nuestra vulnerabilidad colectiva.